Este domingo finalmente culminamos el ciclo electoral de este año con la elección de Yamandú Orsi como el próximo presidente de la República. A la era progresista le siguió un solo período coalicionista, pero los menos de 4 puntos de diferencia también marcan que seguramente estemos ante un escenario de rotación de partidos antes que en el inicio de un nuevo ciclo.
A la hora de buscar algunas primeras explicaciones para el resultado, un primer punto fundamental es que la cuenta de almacenero que podía realizarse a partir de la elección de octubre, mostraba que la Coalición Republicana necesitaba retener un porcentaje extraordinariamente alto de sus votos, lo que a primera vista parecía difícil. Era natural, a fin de cuentas, que el candidato oficialista tuviera un porcentaje de votos menor que el que tuvo la suma de los partidos coalicionistas, lo que hacía que el favoritismo estuviera del lado del candidato opositor.
También puede apuntarse que en la enorme mayoría de las elecciones luego de la pandemia los oficialismos han sido derrotados en todo el mundo, algo que no logró revertir la Coalición Republicana en nuestro país pese a la gran gestión de esa crisis.
Más allá de esta aritmética, con el diario del lunes puede afirmarse que la estrategia electoral del Frente Amplio fue exitosa, aunque se basara casi en llevar adelante una no-campaña, mostrando poco al candidato, sin presentar muchas propuestas y exhibiendo una moderación y un pragmatismo que incomodaba a sus propios sectores más radicales. Varias veces durante la campaña referentes del Frente afirmaron que no había dos modelos de país en disputa y a la Coalición le costó zafarse de ese abrazo de oso melifluo, al no terminar de plantear con claridad cuales eran las diferencias de fondo que efectivamente existían.
El mal que han ocasionado los politólogos que afirman que las elecciones se ganan parándose en el centro -algo muy debatible a raíz de los resultados electorales en el mundo en los últimos años- ha hecho carne en nuestro país eliminando los debates fuertes de ideas que necesita una democracia vibrante. No es que no existieran diferencias y propuestas contrastantes, hubo muy buenos programas de gobierno, sino que ese debate no se plasmó con la nitidez necesaria y eso terminó jugando a favor del Frente Amplio.
Las encuestas mostraban desde hace más de dos años que la oposición era favorita, en lo que finalmente acertaron, y da la sensación de que el oficialismo demoró en incorporar esa realidad en su estrategia.
Los factores que lo contrarrestaban, como los datos duros de la economía como la creación de empleo, aumento del salario real o baja de la inflación, así como la alta popularidad del presidente no pudieron contra la intención de voto por partido.
Quizá el factor que subyace en el fondo para explicar la elección del domingo sea más cultural que electoral. El Frente Amplio se fue del poder de pie, sin grandes crisis políticas ni económicas, y su capacidad de penetrar la idiosincrasia nacional intacta.
Solo así, seguramente, pueda explicarse que un gobierno exitoso no logre reelegirse, lo que también plantea un diagnóstico claro: existe una batalla por el sentido común uruguayo que la Coalición debe plantear desde valores distintos a los del Frente Amplio para volver a ganar en 2029.