Cosa curiosa: la frase más relevante del extenso y soporífero monólogo a dos voces del domingo fue dicha informalmente, a la salida del evento. Con el auto en marcha y Orsi adentro, un periodista le pregunta si se dirigirá desde allí a la Huella de Seregni. El candidato del FA responde: “Supongo que sí. No sé. Me llevan”.
Fue una de las pocas frases que Orsi dijo espontáneamente esa noche, y que sintetizó involuntariamente su precario margen de acción individual en toda la campaña. El comando del FA ha extremado hasta tal punto su táctica de no cometer errores, que se cuidaron de evitar someterlo a entrevistas de periodistas incisivos y forzaron las reglas de un no-debate en que se erradicaron las interrupciones y apelaciones directas entre adversarios.
Es una lástima, porque resulta fundamental conocer la capacidad de debatir que tienen las personas que aspiran a presidir el país. Quien no habla y argumenta bien, difícilmente tendrá la capacidad de pensar bajo la presión de un cargo de tal magnitud.
Lo vimos en el expresidente José Mujica. En estos días intentó tapar la bochornosa gaffe de calificar a una dirigente de su partido de “repuesto”, lanzando una retahíla de insultos contra los políticos que no realizan caridad con sus salarios. La verdad es que hubiéramos preferido que Mujica, en lugar de invertir sus sueldos en viviendas y escuelas, los hubiera gastado en hobbies personales extravagantes, con tal de que como conductor principal de la gestión pública hubiese evitado los despilfarros cuantiosos de Ancap, Pluna, Gas Sayago, Fondes, Antel Arena y compañía.
Pero así está el mundo, amigos. Hoy resulta que casi el 50% de la ciudadanía parece valorar más una buena hilera de puteadas, que una argumentación racional pero monocorde.
Lo que puede pasar este domingo es difícil de predecir. Uno desearía que las encuestas estuvieran subvalorando la adhesión coalicionista, como ocurrió antes de octubre, y que incluso puedan llegar a aparecer votantes de izquierda moderada cruzando la línea, ante la evidencia de la debilidad del candidato y la paupérrima representación parlamentaria del astorismo. Pero semejantes conjeturas no pasan de ser por ahora expresiones de deseo.
Es cierto que el FA no la tuvo fácil. Tengo recuerdos muy frescos de dos instancias electorales previas en que contradicciones internas empedraron derrotas. En 1984, con Wilson Ferreira encarcelado por la dictadura, los blancos prometieron un “provisoriato” para hacer un nuevo llamado a elecciones apenas retornara la democracia. Unos hablaban de seis meses, otros de un año; el Partido Colorado aprovechó esas contradicciones para dar a la ciudadanía un mensaje de estabilidad, en el recordado “cambio en paz”.
En 1999, primer balotaje de nuestra historia, parecía imposible que los blancos votaran en masa a un Batlle, pero se consiguió a caballo de un disparatado proyecto de “impuesto a la renta” del FA. Vázquez decía una cosa, Astori otra; la ciudadanía atestiguó los desafines y Batlle ganó por varios cuerpos.
Ahora se encerraron en su propio laberinto con las contradicciones sobre las AFAP y los impuestos. Si a pesar de eso gana Orsi, habrá que inferir que la marca Frente Amplio es indestructible. Y aguardar contra qué heladera habrá que competir en 2029.