Los más veteranos entenderán el juego de palabras del título.
Hace ya 21 años, el periodista político por excelencia de la televisión uruguaya era Néber Araújo. En una entrevista a un diputado novel llamado José Mujica (por entonces un personaje algo estrafalario que cautivaba a la gente porque llegaba al parlamento vestido de jean y en una moto), Néber le inquirió con su agudeza habitual sobre la actitud del Frente Amplio ante el desarrollo de la producción agropecuaria. Ofuscado, Mujica replicó “No sea nabo, Néber”, una cacofonía que en cierta forma se convirtió en el parteaguas de la historia de la comunicación política en Uruguay. Aunque es difícil de admitir en estos tiempos de carajeos televisivos permanentes, en aquella época, proferir un exabrupto de esa naturaleza a uno de los comunicadores más afamados del país era una verdadera rareza.
La respuesta de Araújo fue “se lo tolero porque tiene más canas que yo”. Y Mujica, tras elogiarle su inteligencia, le replicó enigmáticamente: “Usted tiene una responsabilidad porque ya está al final del partido como periodista”, un augurio que parecía poco probable. Sin embargo, poco tiempo después, ganaba por primera vez el Frente Amplio y la relación contractual de Néber con canal 12 llegaba a su fin.
El estilo de Nacho Álvarez es diametralmente opuesto al de Araújo. Como buen sesentón que soy, yo me quedo con el de Néber, pero admito que el infotainment que ha popularizado Nacho es tremendamente exitoso. Y por supuesto que aplaudo de pie a su productora general: Patricia Martín es una de las grandes periodistas de investigación que tiene este país.
El punto de contacto que veo entre ambas cancelaciones intempestivas por decisiones empresariales, es que se toman en forma causalmente contemporánea a sendos cambios de gobierno.
Se dice todo el tiempo que los canales operan para los partidos fundacionales, a los que les otorgan un blindaje mediático y bla bla bla. Tan no es así, que sin que existiera presión alguna del FA, en ambas oportunidades las empresas se apuraron en deshacerse de sus periodistas críticos, seguramente para agradarlo.
Creo firmemente en lo que dice su presidente Fernando Pereira: ellos no movieron un dedo para que el canal optara como lo hizo. No solo porque cualquier presión hubiera sido antidemocrática, sino por algo más simple aún: ejercerla los hubiera sometido al escarnio público, porque ahora, como decía Santo y seña, “todo se sabe”.
No sean nabos, Néber y Nacho.
El periodismo de opinión interesa y genera rating, pero cuántas veces los medios en Uruguay privilegian sus vínculos con el poder político de turno, por encima de sus resultados empresariales.
Es un instinto de supervivencia que se les activa sobre todo cuando gana la izquierda, a la que perciben como más peligrosa a sus propios intereses que los partidos liberales. La eterna paradoja de Occidente: metete todo lo que quieras con los moderados, pero mejor no con los talibanes, que te pueden cortar la cabeza.
El gobierno electo respirará aliviado: uno de los canales de televisión abierta se dedicará cien por ciento al entretenimiento y a los reality shows. El cuarto poder se muda al streaming, en busca de un público segmentado y bien a resguardo de los ojos y oídos de doña María, esa caricatura con que se define al público despolitizado, que es ni más ni menos el que, cada cinco años, termina definiendo las elecciones.