Tengo predilección por las novelas históricas.
Algunos puritanos las critican desde una supuesta posición de superioridad intelectual. No comprenden ese arte maravilloso de no faltar a la verdad de los hechos y novelar la vida de los protagonistas.
Me inicié en ellas con James Michener y sus dos tomos de La saga del Colorado. Continué con Bahía de Chesapeake y la formidable La Alianza.
Descubrí a Dominique Lapierre y Larry Collins con Esta noche la libertad, donde Gandhi, Nehru, Mountbatten y tantos más cobran vida. Los seguí con O llevarás luto por mí, una pequeña historia de la España del siglo pasado. Sufrí con la invasión nazi en ¿Arde París?.
Me topé un día con El húsar, de Arturo Pérez Reverte. La novela del gallardo oficial francés que termina como termina. Pérez Reverte me hizo conocer Cádiz en El asedio, en que describe el sitio de las tropas de Napoleón a la ciudad atlántica mientras se discute la Pepa.
Me zambullí con el submarinista italiano en las aguas que rodean el peñón de Gibraltar, navegué por el mar Egeo con La isla de la mujer dormida y recorrí el Madrid que se rebela un dos de mayo en Un día de cólera.
Anduve por Buenos Aires y Montevideo en El tango de la Guardia Vieja y navegué en lanchas rápidas con La Reina del Sur entre España y África.
Admiré la generosidad de don Arturo en Hombres buenos, donde relata las peripecias del almirante y el bibliotecario que van a París a conseguir un ejemplar de La Encyclopédie. El autor cuenta cómo escribe cada capítulo: elige los protagonistas, por qué opta por un día de lluvia o de sol, o si existió o no tal o cual bar.
De todos los libros de Pérez Reverte, el que más disfruté fue Cabo Trafalgar.
Relata la batalla en que las fuerzas navales españolas y francesas fueron derrotadas por las británicas de Horacio Nelson.
Desde el Antilla, un barco que no estuvo en el lugar, detalla con precisión los movimientos y decisiones de los comandantes y las flotas. Eso, y las desavenencias entre los franceses y los españoles, así como los errores de Pierre Charles Silvestre de Villeneuve, están narrados con una fidelidad histórica que le valió al autor ser condecorado con la Gran Cruz al Mérito Naval en 2005.
En 2004, en la bahía de Maldonado, se encontraron los restos del Agamemnon, buque insignia de Lord Horacio Nelson, vencedor en Trafalgar.
Cuando uno visita Londres, baja por Regent Street, pasa por Piccadilly rumbo al Parlamento o Buckingham, se cruza con Trafalgar Square. La plaza homenajea a Nelson. En la punta del monumento central, mirando lejos y rodeado de grandes leones de bronce, está su estatua.
Le escuché a Jorge Batlle decir que Trafalgar fue un momento vital en la historia. La derrota de las principales armadas europeas (España y Francia) liberó el comercio mundial.
Ello explica el deterioro en que entró España con las pérdidas de colonias, virreinatos y su hegemonía, y la explosión del comercio internacional.
En un jueves negro del año 1929 cayó Wall Street y los efectos se sintieron en ese escenario globalizado.
Llegó la crisis poco después a nuestras costas. Ensayamos con cambios múltiples, protecciones inútiles y regulaciones de mercados de las que Argentina hoy todavía no puede salir.
Las guerras -la primera, la segunda y la de Corea- mantuvieron la demanda de nuestros productos. Eso permitió crear en el Uruguay un estado de bienestar que pensamos era para siempre.
Hasta que el mundo y los mercados se cerraron. Nosotros seguimos gastando y jugando con cambios múltiples. Por suerte, en 1958 la reforma monetaria y cambiaria puso un poco de orden en los tipos de cambio. No así en el gasto público. Después vino Végh Villegas y terminó de ordenar la cosa.
En el medio, el mundo cambió dramáticamente: la guerra fría, la caída del muro, la implosión de la Unión Soviética, la carrera armamentista y tantos hechos más.
Hoy asistimos a un nuevo Trafalgar.
El campeón del libre comercio internacional, la competencia y los mercados, levanta barreras arancelarias. El otro campeón, el del comunismo -que ya no son los soviéticos sino China- abre mercados y quiere competir.
En Uruguay, el ministro de Economía presenta su primer informe al Parlamento. Pone de relieve la compleja situación, las incertidumbres y la necesidad de crecer y captar inversión.
Ese día el Senado discutió la autorización del ingreso al país de diez integrantes del Ejército de Estados Unidos en una misión de formación.
Ante la magnitud enorme de la fuerza, en el Senado discutimos cerca de tres horas sobre el imperialismo yanqui, si Tabaré Vázquez pidió ayuda a Bush cuando los Kirchner amagaron con una acción bélica emulando a Rosas, si Estados Unidos es bueno o malo, la Patria Grande latinoamericana, los gulags rusos y los minerales raros ucranianos.
Todo eso mientras el escenario global estalla en barreras arancelarias recíprocas, las bolsas caen y reina la incertidumbre.
No pude distinguir si nos encontrábamos en una novela histórica de Pérez Reverte o en el realismo mágico de García Márquez.