Si algo caracteriza a nuestro presente de manera concluyente es el concepto de crisis.
Enfrentamos problemas a gran escala (inequidad y violencia social, acceso a energía barata, alimentación, aumento de la contaminación, degradación de ecosistemas, calentamiento global) que obligan a establecer con mucho detalle el calibre de los desafíos a resolver.
En el pasado las fronteras políticas nos brindaban una tranquilidad artificial; pero ahora sabemos que nuestra verdadera realidad es planetaria.
Aunque está ocurriendo muy lentamente, hay que decir que se esparce la idea de que somos ciudadanos del planeta, y que debemos acostumbrarnos a ese concepto.
Es bien sabido que desde siempre todo está en permanente transformación. Antes solo por las impresionantes fuerzas de la naturaleza. Ahora, se le suman las antrópicas (en calidad y cantidad); con creciente incidencia en los cambios.
Esta es la realidad.
En el último siglo hemos logrado cambios significativos en materia de bienestar humano. Pero no podemos decir lo mismo en lo que concierne a lo ambiental. ¿Son variables antagónicas? No lo son. Es perfectamente posible continuar mejorando el bienestar humano general, y también reducir el impacto ambiental negativo que provocan nuestras acciones.
Para lograrlo necesitamos avanzar en dos terrenos al unísono: desarrollar tecnologías más modernas y eficientes, y conseguir un compromiso individual y grupal cada vez más consistente y masivo con el cuidado ambiental -producto de mejor educación y comunicación.
En el pasado reciente hallamos buenos ejemplos de que ese es el camino correcto. Recordemos lo que sucedió con la creciente amenaza del deterioro de la capa de ozono. Ya no se habla más porque fue un problema que resolvimos reduciendo el 99% de las emisiones de gases que destruyen esa protección planetaria.
Los retos actuales hay que abordarlos con la misma filosofía. Nunca es tarde cuando existe la disposición a buscar soluciones para alcanzar metas superiores, sabiendo de antemano que en esta escala nada resulta sencillo ni barato.
Hoy estamos embarcados en un desafío trascendental: lograr que el mundo funcione con energías renovables sin que por ello resignemos nuestras legítimas aspiraciones de progreso y desarrollo.
Para disponer de energía limpia, barata y abundante habrá que dar un salto tecnológico cualitativo. Solo se conseguirá si se realizan grandes inversiones de recursos humanos y económicos en investigación.
En esta encrucijada estamos, agobiados por amenazas que pueden invitarnos a la inacción y provocar parálisis. A veces ese sentimiento se canaliza negado la realidad, a pesar de las advertencias del mundo científico y académico. Otras, bajando los brazos porque parece ser demasiado tarde para revertir el daño en ciernes.
Pero la buena noticia es que la pujanza de los seres humanos, la confianza en que siempre se puede hallar soluciones a los problemas, y el potente valor que aflora cuando las situaciones llegan a límites peligrosos, son ingredientes infaltables de la naturaleza humana ante las crisis.