Ordeñando equívocos

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Campaña electoral con baja tensión. A ratos, no llega a 220 y se pone amarillenta. ¿Fallan los candidatos? ¿Ninguno enciende, ninguno arrastra? ¿Fallan los planes publicitarios? ¿Ninguno golpea, ninguno domina?

De eso hay bastante. Pero más que eso -que en definitiva es circunstancial- hay factores que nos vienen de antes y amortiguan y hasta ensombrecen la luz electoral de la esperanza. Anotemos algunos de esos factores, seguros de que no agotaremos la lista.

Hace largos años que en el Uruguay no hay lucha de ideas.

Tampoco hay polémicas entre los partidos ni dentro de los partidos. En esta temporada, al conformarse las listas hubo trasiegos -el caso Raffo fue amargo-, hubo retiros -el caso Charles Carrera fue dramático-, hubo portazos y hubo quejumbre. No aparecieron discrepancias doctrinarias por una convicción raigal que impusiera rompimientos. Todo fue tema de ubicación.

Hay danza de nombres -cuyo reino, poder y gloria son pasajeros por definición- y no hay convocatoria a apostar al futuro desde principios por los cuales valga la pena luchar, sufrir y jugar el destino.

Entonces, no es que nos esté fallando el menú comicial de estos últimos meses. Nos viene fallando el modo de vivir nuestra democracia. No es que la campaña electoral parezca pobre. Es que ya veníamos pobres de inquietudes, de garra, de espíritu.

De hecho, han desaparecido las convocatorias a cielo abierto para escuchar discursos magistrales pronunciados ante multitudes, donde cada uno aplaudía o rechazaba a conciencia. En vez de eso, el ejercicio de la ciudadanía consiste en, pasivamente, enterarnos a las 7 de la tarde frente al televisor o a las 7 de la mañana junto a la radio, qué cifras arrojan las encuestas: es decir, qué nos dicen los especialistas que opinan los demás. Y tupirnos con esos datos no es lo mismo que sentir en el pecho un clamor de justicia y libertad que nos acerque a quien mejor interprete la angustia vital desde la cual vivimos.

Eso no es comprometerse sino reducirse a balconear. Es lo contrario de ejercer la virtud ciudadana que requiere la República desde sus entrañas, como enseñaron Aristóteles hace 2.500 años, Montesquieu hace 276 años y nuestro Justino Jiménez de Aréchaga anteayer.

En ese contexto cívicamente laxo, fue fácil promover la división en derecha e izquierda, injertando un lenguaje clasista, ignorando que la mayor revolución social que vivió el Uruguay se impulsó desde los partidos tradicionales por amor y sin lucha de clases, y ocultando que la sensibilidad social de la actual Coalición Republicana se refleja en obras que la sitúan lejos de las puntas, en el centro razonador que es propio de nuestra tradición constitucional y práctica.

La bipolaridad absoluta fue una alternativa que introdujo la agresión tupamara, desencadenando una serie de infortunios.

Hoy se mantiene en el lenguaje y los procedimientos con los cuales el Pit-Cnt intenta reformar la Constitución para imponer la inviabilidad de la seguridad social, con un proyecto que -¡por algo!- no apoya ningún candidato con posibilidades, cuyos equívocos se aprovechan para ordeñar.

Pero el clasismo no es una realidad en la vida nacional ni en la Constitución, que nos organiza como República solidaria, que debe igualar el punto de partida de todos sus hijos y debe aplaudir y no socavar a los que más se destacan por sus talentos, sus virtudes y su responsabilidad.

Y eso ¡vaya si debemos defenderlo juntos!

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