Otro capítulo de la tragedia armenia

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La Primera Guerra Mundial fue la cortina detrás de la cual el régimen de los Jóvenes Turcos perpetró el genocidio armenio, que había comenzado por goteo a fines del siglo XIX con las masacres ordenadas por el sultán Abdulhamid II.

Desde Occidente, los pocos que se asomaron a la ejecución brutal de los designios panturánicos fueron los antisemitas alemanes, que observaban y tomaban nota porque ya incubaban los planes de exterminio que aplicó el Tercer Reich.

Sólo los británicos ayudaron a los armenios a defender sus territorios en Transcaucasia de las embestidas otomanas. Pero Lenin entregó Najicheván a los turcos-azeríes y, en los primeros años de la década del 20, con masacres y deportaciones en masa, Azerbaiyán ya había vaciado de armenios Najicheván.

Stalin terminó de transferir la soberanía Nagorno Karabaj a los azeríes. No obstante, mientras armenios y azerbaiyanos estuvieron dentro de la Unión Soviética, los riesgos de pogromos y limpiezas étnicas estaban atenuados. Por eso los armenios de Nagorno Karabaj empezaron a movilizarse en la década del 80, cuando empezaba a ser evidente que el estado soviético estaba en descomposición. Sin el paraguas de la URSS, quedar bajo un Estado túrquico y musulmán inquietaba a la etnia cristiana que había sido exterminada en Anatolia y expulsada de Najicheván.

A la primera guerra entre armenios y azeríes, que se extendió entre finales de los ochenta y principios de la década siguiente, la ganaron los armenios. Pero la pandemia de covid fue la pantalla que Turquía y Azerbaiyán utilizaron para lanzar una gran ofensiva militar sobre Nagorno Karabaj.

Con la economía vigorosa y con el ejército fuertemente armado por el gobierno turco, Azerbaiyán luchó con ventajas y derrotó a las defensas de la proclamada República de Artsaj, recuperando los siete distritos que los armenios habían conquistado en los alrededores del enclave en la guerra anterior, y ocupando parte del territorio karabajsí, incluida Shusha, la segunda ciudad más poblada.

La milicia local y algunas tropas del ejército de Armenia se atrincheraron en la porción que aún quedaba fuera del control azerí. Resultaba crucial que Rusia jugara su rol de velar por los armenios, pero volvió a abandonarlos a su propia suerte, como en la ofensiva del 2020, cuando el eje Ankara-Bakú entendió que la guerra en Ucrania era la pantalla que se les presentaba para completar la conquista territorial iniciada hace tres años.

Que Rusia y Europa no moverían un dedo para defender a Nagorno Karabaj se evidenciaba en la inacción ante el bloqueo azerí al corredor de Lachin, única vía terrestre por donde llegaban al enclave los alimentos, medicamentos y combustibles que necesitaba su población. El bloqueo del corredor estaba asfixiando a la población de Stepanakert, la capital karabajsí, mientras Rusia chapoteaba empantanada en la guerra y Europa firmaba con el presidente azerí, Ilhan Aliyev, suculentos acuerdos para comprarle el petróleo y el gas que fue dejando de comprar a Moscú desde comienzos de la invasión a Ucrania.

El ataque final fue demoledor. Las defensas armenias del enclave montañoso se desmoronaron velozmente.

La pregunta ahora es si habrá reacción internacional para frenar la limpieza étnica que ya comenzó en Nagorno Karabaj. Los armenios han habitado ese rincón de Transcaucasia desde los remotos tiempos del imperio aqueménida. El enclave en el que proclamaron la ya extinta República de Artsaj, fue parte del antiguo reino armenio que existió entre el siglo IV AC y el primero de la era cristiana.

Habrá que ver si para las potencias de occidente el petróleo y el gas azerí, necesario para reemplazar la dependencia de los hidrocarburos rusos, vale más que las vidas y la historia de los armenios en sus tierras ancestrales. O si Azerbaiyán y Turquía pueden vaciar de armenios Nagorno Karabaj, como a comienzos del siglo pasado hicieron con Najicheván.

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