Hace unos días se difundió la noticia de que un joven de 20 años se murió mientras grababa contenido para sus redes en un lago en Brasil. Accidentalmente cayó al agua mientras se filmaba y falleció ahogado. No es la primera vez que sucede un accidente del estilo, hay varios otros casos en los últimos años de influencers que tienen un final trágico mientras generan sus contenidos. Es fatal y triste, pero basta con mirar un rato Tik Tok para ver como jóvenes (y no tan jóvenes) llegan a arriesgar sus vidas para que una selfie o un video se vuelva viral.
Kierkegaard decía que el ser humano hace el mal, primero por instinto de supervivencia y luego por aburrimiento. Si a eso le sumamos la vanidad, que en mayor o menor medida tenemos todos, puede ser peligroso. Posible y contrariamente al desenlace, la viralización de un video puede verse como una manera de perpetuarse, de pasar a la posteridad. Pero como toda fuerza, la vanidad no es ni buena ni mala, todo depende cómo se use. Los grandes artistas como Picasso o los políticos como Churchill no hubieran llegado a ser quienes fueron sin una buena dosis de vanidad. El tema es cómo la aplicaron.
Pero como todo efecto de red, si estos videos se vuelven virales, es porque atrás está lleno de seguidores dándole like o mirándolos. Somos cómplices de esta locura.
¿Qué está pasando? ¿Nos estamos volviendo más tontos? Según el llamado efecto Flynn, entre 1938 y 2008, el cociente intelectual de los seres humanos aumentó sostenidamente, de 2 a 3 puntos por década. Las hipótesis son varias: mejora de la educación; avances en la psicología; además de una mejor y más completa dieta con las necesidades nutricionales básicas cubiertas. Pero desde la década del 90, empezó a ocurrir el efecto negativo: no solo el cociente intelectual comenzó a estancarse, sino también a reducirse. Una de las hipótesis que se maneja es el empobrecimiento del lenguaje que estamos utilizando, porque al perderse matices en el vocabulario, se limita la formulación de un pensamiento complejo.
¿O es una moda? La moda no es ni más ni menos que el sentir de una época. Es algo mucho más complejo que si se usan pantalones oxford o chupín. Es lo que condiciona muchas de nuestras conductas y hace que algo se perciba como bueno o malo, ridículo o sublime, patético o adecuado para su tiempo. Pero no es porque alguien lo decida por nosotros. Lo que sucede es que la sensibilidad colectiva se va modificando silenciosa y lentamente hasta que alguien la interpreta y la convierte en tendencia, pero ya está ahí latente.
La teoría de Keith Campbell, profesor de Georgetown y autor del libro “Generación yo”, es que “vivimos una auténtica pandemia narcisista”. Y como en los casos que vimos al principio, el final de la figura de la mitología griega que le da su nombre, es trágico.
¿Cómo combatir esta pandemia? Posiblemente solo se logre con una nueva sensibilidad colectiva que priorice la búsqueda de otro tipo de propósito, de sentido, dirección o significado a nuestras vidas y que generen una verdadera trascendencia. Pero para ello precisamos poder tener un razonamiento más complejo, pensamiento crítico y más reflexión. Y esa debería ser la verdadera batalla.