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Pantallas o libros de papel

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Cuando leí el editorial “Invasión zombi”, en El País del martes pasado, pensé que ese rechazo por los que vivían pegados al celular era exagerado y que no se podían ignorar las ventajas de la lectura digital.

La invención del libro electrónico implica un cambio sustantivo en la historia de la palabra escrita, un salto tal vez mayor que la invención de la imprenta, que también tuvo sus detractores. No es mineral como la inscripción en piedra, ni vegetal como los rollos de papiro, ni animal como los pergaminos. Es la idea pura. A mi red wifi le puse de nombre “Ariel” pensando en el espíritu del aire de Rodó.

Son ventajas, entre otras, del libro electrónico:

· Es incombustible, mientras que la historia de las bibliotecas parece ser la historia de los incendios, tanto en la leyenda como en la realidad.

· Tiene luz propia, puedo leer de noche sin molestar al que duerme a mi lado o a los otros pasajeros en un avión.

· Es como tener un pasadizo secreto que nos conduce a todas las bibliotecas del mundo.

· Hay libros cuya consulta es mucho más sencilla que en papel: los diccionarios, las enciclopedias, la Biblia, las guías de teléfonos, todo menos tal vez una novela.

· Es más económico, muchas veces gratis.

· Se puede prestar o regalar e igual seguir teniéndolo.

Internet llegó al Uruguay en 1994, luego el plan Ceibal, los teléfonos inteligentes, la fibra óptica y en los últimos años nuestro país ha alcanzado los primeros lugares en el mundo en conectividad. Lamentablemente persiste todavía un alto grado de pobreza infantil y muchos niños no tienen libros en sus casas, ni padres que los animen a leer. Pueden tener, por suerte, ese puente hacia el conocimiento y el deleite que brinda la lectura.

El editorialista, sin embargo, tiene puntos a favor: es muy cierto que los neurólogos se ocupan cada vez más de investigar los efectos de la exposición a pantallas sobre el cerebro y la conducta humana. Sin duda es indeseable cuando la exposición es muy prolongada.

Hay personas que permanecen la mayor parte de su tiempo en línea y les cuesta mucho despegarse. El cerebro necesita, sobre todo el del niño, “aburrirse” y a veces no pensar en nada. Ahí se activa un área llamada “default network” que es fundamental. También el uso abusivo de la vida virtual puede afectar las habilidades sociales en la vida real.

Por otra parte, los dispositivos y sus aplicaciones tienen efectos benéficos como la mejora de la memoria y otras funciones cognitivas, previniendo el Alzheimer.

Quienes viven solos y aislados, especialmente las personas mayores, tienen en ese pequeño dispositivo la posibilidad de interactuar con viejos y nuevos amigos de cualquier rincón del planeta, leer libros, diarios y revistas, escuchar música o contemplar obras de arte.

Además del entretenimiento pasivo como la televisión y la lectura, pueden participar activamente en juegos y debates.

Comparto con el editorial que un joven -o de cualquier edad para el caso- que en un almuerzo familiar o una reunión social esté concentrado en su celular ignorando al resto es una muestra de la peor descortesía.

Los padres tienen el deber de educarlos en que eso no está bien, empezando por dar ellos mismos el ejemplo.

Pero eso no es exclusivo de la naturaleza del dispositivo, que podría ser un libro, una revista, un auricular para escuchar música o cualquier actividad que lo aísle.

En todo caso, no es obligatorio elegir. Podemos tener las dos cosas. No renunciar a esta maravilla que la ciencia nos trajo, pe- ro sin exagerar. Confieso que yo no puedo desayunar sin desplegar junto a mi café el diario de papel. Demasiado temprano para pantallas.

Todo es cuestión de medida. Me gusta el consejo de Sir Alexander Pope: “No ser el primero en probar lo nuevo, ni el último en abandonar lo viejo”.

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