Para cuidar la democracia

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Recurrentemente en el mundo se habla de la crisis de la democracia, pero parecen existir elementos para pensar que estamos viviendo una particularmente intensa en este momento. 2024 es el año en que más personas van a concurrir a las urnas para elegir gobierno en la historia, lo que es un dato positivo, pero, al mismo tiempo, indicadores sobre la calidad de la democracia como el que elabora Freedom House muestran que el deterioro en lo que va del siglo XXI es alarmante.

En nuestro país aún podemos afirmar que estamos a salvo de los populismos extremistas, de los outsiders que vienen a arrasar todo y de los insiders que destruyen el sistema de adentro. Nos enorgullecemos con razón de nuestro sistema político que en términos comparados es muy bueno, pero de ahí a caer en la autocomplacencia del excepcionalismo uruguayo dista un abismo. Es justamente para evitar caer en los problemas que hoy vemos que sufre la democracia en el mundo que debemos tomar apuntes de aquellos puntos a los debemos atender.

En primer lugar, el tema de la financiación de los partidos políticos y los gastos de campaña. Con el voto electrónico y un sistema de franjas de publicidad a la chilena reduciríamos los dos principales rubros de gastos de campaña y a partir de allí todo el asunto se simplifica porque los partidos y los candidatos deberán manguear mucho menos que en la actualidad.

En segundo lugar, tenemos un problema con la captación de talentos evidente. Cada vez es más difícil que un joven formado con cierta proyección profesional o empresarial decida entrar a la actividad política. Entre el desprestigio creciente de la actividad, la exposición pública que incluye posibles enchastres y el costo oportunidad de dedicarse a otra tareas mejor remuneradas la vocación tiene que ser muy fuerte para querer ser candidato a alguna posición o aceptar un cargo en la administración.

En tercer lugar, es necesario reconocer que existe una debilidad en la asociación entre la ejecución concreta de las políticas públicas a través del Estado y la democracia como sistema. El Estado ejecuta muchas políticas (más de las que debería), extrae recursos de la sociedad (consecuentemente, también más de los que debería) y su eficiencia no suele ser la mejor. A partir de allí surge la insatisfacción del ciudadano que se traslada directamente a la política. Debemos reconocer que el problema del estatismo no es solo económico sino también político para encontrar soluciones.

En cuarto lugar, los políticos muchas veces parecen vivir en una cámara de eco en que se contestan entre ellos sobre temas que solo les interesan a ellos mismos. Más de la mitad de las noticias que vemos en los medios sobre la actividad política son sobre un actor respondiendo a otro sobre temas que no le preocupan a la ciudadanía y eso también genera un desgaste paulatino, pérdida de credibilidad y hasta puede generar hastío.

Existe otra serie de temas que no podemos abordar hoy por falta de espacio, sobre los que volveremos, como el cuidado de los aspectos éticos, la falta de debate de ideas profundas o sobre el rumbo del país en un sentido más amplio. En todo caso, estamos a tiempo de cuidar nuestra democracia procurando mejorar estos aspectos, pero no nos creamos que el tiempo y la paciencia de la gente son infinitos.

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