Comenzó la COP 29 sobre Cambio Climático en Bakú, capital de Azerbaiyán.
Se da una situación paradojal. A medida que aumentan los eventos naturales negativos a lo largo y ancho del planeta -con incrementos notorios en intensidad y frecuencia-, los grandes líderes mundiales demuestran restarle importancia al asunto no concurriendo a la misma.
Están ausentes Biden, el presidente electo Trump, Xi Jinping, Macron, el canciller alemán Scholz, Putin, Lula, justamente en la cumbre mundial en la cual se pretende conseguir la financiación necesaria para cumplir con el Acuerdo de París. Recordemos que China es el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo, seguido por EE.UU. y que el flamante presidente Trump siempre se ha manifestado contrario a combatir el cambio climático y, por ende, a cumplir el Acuerdo de París. Como ocurre siempre, todas estas pulseadas que se llevan a cabo, se reducen al plano económico. Porque los responsables de la asignación de los dineros son los que tienen la última palabra. Podrán ocurrir eventos muy duros y hasta catastróficos, con pérdidas de vidas humanas y desastres materiales de gran cuantía, pero sigue siendo difícil que los más poderosos líderes mundiales tomen sus decisiones priorizando una mirada a mediano y largo plazo, y no aquella que es prisionera de la breve duración de sus períodos de gobierno.
En la COP 29 se pretende aprobar nada menos que el Nuevo Objetivo Cuantificado Colectivo (NCQG en su sigla en inglés). Se trata de acordar quién, cuánto y cómo aportan los países ricos a la financiación necesaria para costear las medidas de mitigación y adaptación al cambio climático a partir de 2025 (partiendo de la premisa que son los principales responsables de la contaminación ambiental global). El NCQG deberá sustituir al actual objetivo colectivo de los países industrializados de aportar 100 mil millones de dólares anuales para la causa.
Esto no quita que por tratarse de un problema mundial, todos los países deben sumarse a la cruzada climática. Cada uno realizando los cambios, esfuerzos y aportes que estén dentro de sus posibilidades. Pero, como sigue siendo un compromiso voluntario, exige gran responsabilidad de los tomadores de decisiones.
Es obvio que están en juego intereses económicos, políticos, financieros que condicionan posturas muchas veces antagónicas. Entonces, ¿quién tiene la razón? ¿A quién escuchar?
En esta encrucijada parece lo más razonable e inteligente darle la prioridad al conocimiento científico. Porque, en definitiva, de lo que estamos hablando es de un fenómeno planetario, harto complejo, regido por muchas variables que modifican la realidad a cada paso.
Una y otra vez debemos volver a abrevar en la mejor fuente de conocimientos disponible: el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) -miembro de la Organización Meteorológica Mundial de Naciones Unidas. Lo integran los científicos más reputados del mundo, quienes en forma honoraria todos los años evalúan los conocimientos científicos, técnicos y socio-económicos sobre el tema, sus cau-sas, posibles repercusiones y estrategias de respuesta. Negar la realidad climática solo agravará nuestros problemas.