Empiezan a aparecer las soluciones mágicas, aquellas que no se aplicaron en 35 años y ahora surgen como si fueran la gran novedad. “La ciudad no está todo lo limpia que yo querría”, dijo, palabras más, palabras menos, una de las candidatas frentistas a la intendencia capitalina. Sí, tampoco está tan limpia como yo y tantos otros querríamos. En realidad, no está limpia. Punto.
En 1990 Tabaré Vázquez asumió la Intendencia con la incumplida promesa de eliminar basurales que venían desde tiempo atrás. Es decir que en el tiempo de vida de casi todo montevideano, la ciudad nunca estuvo limpia. En todo caso, ahora está peor.
Con las elecciones municipales, el tema vuelve sobre la mesa. Días pasados El País publicó un informe sobre el incremento de ratas en Montevideo. Los basurales en torno a cada contenedor son una invitación a que se reproduzcan y vivan a sus anchas. Son, además, un peligro sanitario.
Es obvio que a parte de la población le da exactamente lo mismo, por lo tanto lo que prometan los candidatos le es indiferente y seguirá votando al Frente Amplio.
La otra parte de los montevideanos, los genuinamente interesados, desconfían de las promesas. Todas afirman que arreglarán el problema pero no anuncian cómo. Además omiten aclarar que para cualquier plan, hay un imprescindible primer paso sin el cual ningún sistema servirá. Es el de anunciar cómo se sancionará (no basta decir que se hará) a los hurgadores y malos vecinos, culpables de aumentar la insalubre mugre que atrae ratas, moscas y olores nauseabundos.
Ni siquiera tiene sentido cuidar las fachadas de las casas; ¿para qué, si terminarán agresivamente pintarrajeadas con deplorables grafitis?
Otro tema que aparece en la agenda es el de las veredas. El candidato que fue más lejos en su propuesta es Martín Lema, para quien ya no sería responsabilidad de los propietarios tener las veredas en buen estado, sino de la Intendencia.
Tiene razón. Primero, porque para un vecino arreglar la vereda implica hacer las cosas por derecha, pagando BPS y todo el papelerío requerido. De un día para otro se convierte en un ducho empresario conocedor de trámites y papeleos para lidiar con el Estado. Eso no le sirve y opta por dejar todo como está. Segundo, por la vereda camina mucha gente, no solo el propietario que paga sus impuestos. ¿Por qué debe asumir el costo de algo que es de uso público? Tercero, al hacer que cada uno arregle su vereda, se termina en un mamarracho donde el diseño y color de las baldosas cambia según quien hizo el arreglo. Cuarto, si las veredas están en mal estado no es porque las haya roto el propietario. Por lo general son los camiones y hasta semirremolques que circulan por angostas calles barriales quienes rompen todo. ¿Por qué el propietario debe arreglarla si a la semana otro camión se subirá al cordón y las volverá a romper? A eso se suma el arbolado público que con sus raíces destrozan aceras.
Está bien que se haga cargo la Intendencia y para ello debe aplicar la solución más simple (como en casi todo el mundo): con panes de hormigón. Se termina con lo de las “baldosas flojas”, se hace el trabajo más rápido y queda prolijo.
Se habla poco de lo oscura que es la ciudad. Lo paradójico es que las luces están encendidas, solo que no iluminan. “Calles con luz de patio” diría Borges.
Hay avenidas con postes altísimos y luminarias de diseño ultramoderno. Pero o las bombitas no sirven, o quedan tapadas por los árboles, o las columnas están muy distanciadas unas de otras. Se gasta energía sin dar mejor luz.
Las luminarias ultramodernas, además, se lucen en avenidas ultramodernas. En las más clásicas, donde la arquitectura es otra, habría que ponerlas acordes al estilo, aunque parezcan “de época”.
Hay quienes alaban la hermosura de Montevideo. No me encuentro entre ellos. Quizás algunos tramos de la rambla impacten así como las pocas cuadras que se intentan cuidar en Ciudad Vieja. Pero Montevideo es más que eso, y buena parte la ciudad es realmente fea, o lo que es peor, ha sido afeada por deliberadas políticas de mal gusto.
Es bueno prometer ensanches largamente postergados y mejoras de pavimento (a veces parecería que cierto discurso antiauto es una excusa para evitar esas obras), así como trabajos que hagan de la ciudad un lugar armónico, mencionando no solo qué se piensa hacer, sino en qué barrios, en qué calles y esquinas. Que el candidato demuestre que recorre y conoce.
Hace tiempo que vengo insistiendo en que gobernar Montevideo es también lucir su belleza, si es que la tiene, y si no trabajar para que sea de verdad hermosa. Por eso sigo “votando” (y más ahora que produjo un documental) a “Ghierra intendente”. Su eslogan tiene mucho de lúdico (no es que de verdad piense en presentarse) pero invita a descubrir y querer a Montevideo. Sería bueno que los candidatos se inspiren en sus ideas. Montevideo luciría tanto mejor.