Pequeña gran nación

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Más o menos 50 años atrás sin las comunicaciones actuales que han achicado al planeta, en América Latina había una idea extendida relativa a la identidad común de sus países. Emanada del origen histórico europeo y latino, asentado cuando la Conquista en tierras y pueblos indígenas, a los que sumaba población de origen africano, proveniente del tráfico de esclavos. Flotaba la idea de una integración de los estados independientes amparados por su pabellón, con caudillos mesiánicos, liderando a pueblos entusiastas avanzando a paso de legión hacia un porvenir de unidad y grandeza. Lo que nunca pasó.

Seguían apabullando entonces las realizaciones y el desarrollo científico y tecnológico de los Estados Unidos de América, convertido hasta hoy en primera potencia del orbe. Que había contribuido determinantemente a la derrota del nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Habían nacido de la inmigración holandesa, inglesa, escocesa y en menor medida francesa, que enfrentó a los indígenas reduciéndolos a una expresión menor.

Y, también, con una igual presencia de población negra, secuestrada en África y esclavizada sin contemplaciones, como ocurría con sus vecinos al sur del Río Bravo. La expansión territorial de EEUU -a expensas de sus vecinos- le dio históricamente volumen físico y contribuyo a la identificación de esta potencia como “el imperialismo yanqui”.

Una explicación de esta realidad está recogida en “Las raíces torcidas de América Latina” del fallecido intelectual liberal cubano Carlos Alberto Montaner. Allí, recuerda que España y Portugal se dirigieron hacia el sur donde estaban el oro y la plata. Chocando en ocasiones con fuertes y sofisticadas comunidades indígenas. Caso de los mayas, los aztecas y los incas. Mientras que en el norte no había tales riquezas, y la precaria población indígena era ajena a realidades como las mencionadas. La colonización anglosajona -sin riquezas minerales- se organizó con independencia de la metrópoli europea, a partir del trabajo duro. Al tiempo que en el sur la conquista ibérica tenía una dependencia vertical y burocrática de las respectivas monarquías peninsulares ávidas de apropiarse de los metales nobles.

Hoy mientras Estados Unidos mantiene su presencia, la América central y del sur, se nutre de pueblos divididos, con inestabilidad interna, tiranías de distinto signo y señales de superación económica y social débiles, según todos los datos verosímiles que se conocen. En este marco, la República Oriental del Uruguay es en el 2024, según el Banco Mundial, la economía más pujante de América Latina, con un PBI por persona de US$ 18.109, que le aleja de Chile y Panamá, sus inmediatos seguidores. Y de las dos “potencias” continentales que son México y Brasil. Ello se debe “a sus políticas de desarrollo humano, inversión en infraestructura y diversificación económica”.

Tal posición se logra siguiendo una orientación independiente de los internacionalismos socialistas y populistas que obnubilan al progresismo vernáculo. Con vocación de vasallaje hasta para tomar posición “ideológica” siguiendo a “Lula” o López Obrador, ante el sangriento genocidio venezolano. Leal a la idea de Luis Alberto de Herrera que repetía con el poeta Musset: “Mi copa es pequeña, pero yo bebo de mi copa”.

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