Perfectos desconocidos

La campaña por las elecciones departamentales está cobrando cuerpo. En Montevideo y en los otros 18 departamentos. Hay algunos lugares en que luego del mal momento pasado en las elecciones nacionales, los blancos pelean por recuperar terreno y mantener su hegemonía. En otros, como en Montevideo, los frentistas se aferran a la férrea lealtad de los montevideanos pese a que todo indica que no la merecen. Gobiernan cada vez peor y siguen ganando. Por ahora.

La Coalición Republicana y en especial Martín Lema, empiezan a hacer sombra. “Ya está” dice el candidato nacionalista, y es verdad que ya está y que esto no puede seguir así. ¿Pero lo está para todos los montevideanos? Hay otro aspecto de la elección en Montevideo que me vuelve a preocupar, y es aquello de votar a alcaldes y concejales.

Desde que se creó el cargo de alcalde hace 15 años, el voto en blanco en ese casillero fue sostenidamente alto en Montevideo. Quizás no tanto en otros lugares porque dadas las características del resto de los departamentos, con núcleos urbanos y extendidos espacios rurales, los alcaldes cumplen una función clara y definida.

En Montevideo, todavía no lograron demostrar para qué sirven. Muy poca gente podría identificar el alcalde de su zona. Ni tampoco a los candidatos que se presentan para la contienda a realizarse en dos semanas más.

Quizás sí se los conozca en los municipios donde el cargo lo ejerce alguien que por ser opositor al partido gobernante, como es el caso de Pocitos, adquiere más visibilidad.

Pero, no sucede en buena parte de Montevideo. Nadie conoce los nombres, ni las caras ni las sombras de sus alcaldes ni de los actuales candidatos.

Tampoco se hacen conocer. No aparecen, no se los ve, no reparten siquiera papeletas con su foto, no hacen campaña, no logran interesar a sus propios vecinos. Eso explica que en Montevideo, en las elecciones anteriores, la gente haya votado por intendente, pero se frenara a la hora de decidir por el alcalde. Votó en blanco no por omisión ni por distracción, sino como decisión deliberada al no entender qué estaba en juego. Esto muestra cierto nivel de responsabilidad ya que el votante no anda regalando su voto a quien desconoce.

Lo lógico sería pensar que pasado tanto tiempo (la primera vez que se votó por alcaldes fue en 2010) el mecanismo estaría aceitado. Pero nada cambió ni mejoró en estos 15 años. El votante enfrenta hoy el mismo dilema que entonces.

A eso se suma un aspecto peculiar del montevideano, ya que un alto porcentaje ni siquiera vota en el barrio donde vive. Por aquello de que cada cinco años es lindo encontrarse con los viejos compañeros de liceo en la cola del circuito, hay quienes prefieren recorrer toda la ciudad para votar en el barrio de su juventud.

Hasta que se crearon los alcaldes esto no era un problema; la “unidad” electoral era el departamento entero. Ahora sin embargo, las cosas cambiaron y tanta actitud nostálgica queda desacomodada. ¿Qué sentido tiene que alguien que reside en Pocitos vote por un alcalde en el Prado, si no es ahí donde vive?

Tampoco está claro cuál es la función del alcalde. Lo votan los ciudadanos, pero es un funcionario municipal aceptablemente bien pagado por la Intendencia, con un presupuesto concedido centralmente porque los tributos municipales los recauda la Intendencia. A eso se suma que más allá de algunos arreglos a las plazas o mejoras en la iluminación de calles barriales, es poco lo que los alcaldes pueden hacer. Es probable que las avenidas principales de su barrio vengan de lejos y se extiendan más allá de sus fronteras. Por lo tanto, cualquier arreglo depende de una estrategia de obras que cubre más de un solo municipio. En definitiva, decide el Intendente.

La basura, esa pesadilla que tanto mal le hace a los montevideanos (los que la ven, pues pese a que ella abunda, hay muchos que la pasan por alto), tampoco es algo que los alcaldes puedan resolver. Para colmo, en el improbable caso que un montevideano quiera votar a un candidato a alcalde, aunque no sea del partido que votaría para Intendente, no podría hacerlo. El voto cruzado no está permitido, lo que obliga al votante a decidir por adhesión partidaria y no para premiar o castigar la gestión de un determinado alcalde.

Los montevideanos poco saben sobre quiénes son sus ediles (no es así en otros departamentos). Ahora además se les pide que presten atención a estos ocho alcaldes y, por sí algo faltaba, están los concejales, que son como los ediles de cada municipio y de los que tampoco nada se sabe ni para qué están.

Ante esta realidad, es lógico que hasta ahora los montevideanos hayan optado, en un número alto, por votar en blanco en lo que a las alcaldías se refiere. Estando en los umbrales de la próxima elección, esa realidad se mantiene y llevará a que una vez más ese voto siga siendo alto.

Lo cual es razonable. No se puede pedirle al ciudadano que vote a ciegas, repartiendo cheques en blanco a perfectos desconocidos.

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