Piñera, Uruguay y la polenta

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"Piñera asesino!", ese amarillento graffitti en el edificio ruinoso de Zelmar Michelini y Soriano nos recibe cada vez que llegamos al diario. No sabemos ni quien ni cuándo fue “dibujado”. Seguramente tras las protestas disolventes que golpearon a Chile en 2019, y que tanto festejaron algunos en Uruguay. Pero esa imagen de mandatario severo y “ultraderechista” que algunos intentaron imponer como narrativa, no podía estar más lejos de la impresión personal que tuvimos del trágicamente fallecido expresidente chileno.
 
La primera vez fue hace unos siete u ocho años, cuando Piñera vino a Montevideo para el evento inaugural del Centro de Estudios para el Desarrollo. Estaba previsto que se le realizara una entrevista en vivo tras la serie de discursos formales, y el chileno pidió para juntarnos unos minutos antes en su habitación para “pelotear” los temas a conversar. Apenas abrió la puerta, nos encajó: “Pero qué joven. Le hubiera dicho a mi hijo que viniera para la entrevista”. Como era de esperarse, con semejante comentario nos dejó por completo fuera de centro. Y durante toda la charla, la privada y la pública, manejó los tiempos, los temas y hasta los chistes, con una viveza de “zorro viejo” de la política. Y una polenta propia de un huracán.

"Piñera asesino", el grafiti en un edificio ubicado en Zelmar Michelini.
"Piñera asesino", el grafiti en un edificio ubicado en Zelmar Michelini.
Foto: Darwin Borrelli.

La misma polenta que mostró en sus tiempos de empresario y sus dos períodos de gobierno, donde todos su asesores y ministros cuentan que no había días libres, ni feriados, ni noches en paz. Siempre podía aparecer la llamada de Piñera interpelando por tal o cual tema sin resolver.

El segundo encuentro fue en Buenos Aires, hace pocos meses, cuando nos tocó moderar una mesa en el marco de un evento organizado por Piñera, Macri y otros líderes regionales, que buscan crear una alternativa al llamado Foro de San Pablo. Allí, como era su costumbre, no dejó hablar a nadie, e intentar canalizar su entusiasmo hablando sobre el cambio climático, probó ser una tarea directamente imposible. La imagen que nos quedó fue un Piñera directamente mordiéndose los nudillos, ante un discurso eterno de la candidata mexicana Xóchitl Gálvez.

Es que Piñera era un hombre de acción, no de discursos. Un hombre que se jugaba por sus convicciones, y que no titubeaba en ir contra su entorno. Lo probó cuando condenó públicamente a la dictadura de Pinochet y a sus “cómplices pasivos”, y cuando en plena crisis social en 2019, piloteó la nave de manera cuidadosa, evitando una represión sangrienta, pero aguantando en el poder. El tiempo mostró que su postura, incomprendida por muchos en ese momento, terminó siendo la más sensata: la democracia chilena siguió su rumbo, y las urnas se encargaron de poner en su lugar a las propuestas delirantes de los manifestantes en al reforma constitucional.

Los detalles de su trágico fin muestran a un líder que supo poner el destino de otros incluso por encima del suyo propio. Y con una polenta arrasadora tanto para la acción de gobierno, como para el debate de ideas. Algo tan necesario como escaso en la política latinoamericana.

Si el graffitti es un arte efímero por naturaleza, hay algunos que envejecen particularmente mal.

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