Por estas razones

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Que la campaña electoral sea gris e insulsa no nos exonera de votar a conciencia, sopesando hechos y mirando en torno y al frente. Nadie serio puede conformarse con balconear las encuestas, que a lo sumo nos dicen qué piensan los demás y no sirven para resolvernos el drama moral de elegir a quienes mejor nos interpreten y a quienes más necesite la República para, en un mundo fuera de quicio, afirmar la persona, la justicia y la libertad.

Para votar en conciencia, no basta repasar lo que el gobierno actual hizo muy bien desde el Ministerio de Economía y Finanzas, ni celebrar la expansión de las carreteras ni conmoverse con los centros CAIF o la construcción del hospital del Cerro.

Tampoco basta recordar lo que derrocharon los gobiernos frenteamplistas en el manejo de Ancap, el Antel Arena, la muerte de Pluna, la colocación de pilotes en Pajas Blancas para una regasificadora cuyo sueño engulló 213 millones de dólares y cuyo retiro ha de tragar 5 millones más.

Todos esos son hechos. Se reflejan en datos firmes. Quien les pase inventario objetivo -sin las anteojeras que imponen ciertas militancias ideológicas- encontrará razones -insisto: objetivas- para no promover ningún cambio engranado marcha atrás.

Pero votar no es solo premiar o castigar los hechos y datos de lo que ya fue, sino levantar el espíritu hacia lo que sentimos que puede y debe ser. Y para levantar el espíritu, hace falta salir de la prisión de los datos, que nos encajonan en lo que meramente ES o VA SIENDO, y hace falta asomarnos a lo que DEBE SER, desde los ideales íntimos que nos permiten seguir soñando y sembrando, más allá de penurias, errores y fracasos.

En otras palabras: sin resignaciones que nos achiquen, tenemos que votar por el Uruguay del deber ser. El inolvidable Justino Jiménez de Aréchaga enseñaba que es imprescindible que exista cierta tensión entre la realidad que se vive y la idealidad con la que se quiere modificarla. Tenía razón, igual que la tenía cuando en el aula de Derecho Constitucional buscaba construir conciencia ciudadana, incitando a pensar a distancia y no quedarse en la cortita, impulsando a los alumnos a levantar vuelo de águila y no de perdiz.

En ese nivel, mucho más importantes que los datos y los resultados son las actitudes. Ejemplo extremo, por encima de la obra realizada, fue el encare del covid. Cuando la pandemia atropellaba sin esperanzas de aurora, el presidente Lacalle Pou para su pueblo eligió la libertad y buscó rodearse de los mejores para evitar lo peor. En cambio, el Frente Amplio le reclamaba encerrarnos en cuarentena, emulando al gobierno del deplorable Alberto Fernández, que hasta mezquinó vacunas a su pueblo.

Otro ejemplo es el de la seguridad social, tema quemante, sobre el cual el Poder Ejecutivo asumió el costo político que eludieron los tres gobiernos del Frente Amplio, que invitado a aportar soluciones no entregó ninguna y sigue sin jugarse hasta en el plebiscito.

Actitudes con el señorío de la coalición me reviven a Jorge Batlle candidato, perdiendo una elección por cantar la justa sobre las jubilaciones; y como presidente, rechazando en 2002 el default que le imploraba el Frente Amplio. Y es por razones de ese porte que siento más luminoso el porvenir público con la coalición que con la otra alternativa.

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