El 24 de noviembre votaré con las dos manos al candidato que haya liderado la Coalición Republicana. Estoy convencido de que la oferta electoral oficialista es mejor que la de la oposición.
Pero hoy es mi última columna antes de la elección parlamentaria del domingo y me parece importante argumentar por qué mi voto irá para el Partido Independiente. Con la misma fuerza con que creo en la coalición, siento que necesitamos mejorarla.
Subirle un talle.
Los grandes logros de este gobierno hoy se deslucen por pequeños escandaletes domésticos que el adversario ha sabido magnificar. La mejor manera de defender la gestión no es omitir los errores ni fingir demencia: hizo muy bien el presidente en pedir un paso al costado a quienes fallaron, un imperativo ético que en los gobiernos del FA brilló por su ausencia. Pero con el diario del lunes, está claro que el elenco de gobierno debe depurarse de las malas prácticas, ya sean derivadas del viejo clientelismo como de ciertas deslealtades incalificables: una exviceministra llegó al extremo insólito de grabar conversaciones privadas con su superior; un partido minoritario jugó al perfilismo votando contra el gobierno y junto a la oposición.
El Partido Independiente ha sido otra cosa y los mejores blancos y colorados lo saben.
Asumió responsabilidades ejecutivas con probidad y espíritu dialoguista, sin salirse ni un milímetro de su plataforma programática pero siendo leal al gobierno. Defendiendo sus propios puntos de vista en la interna de la coalición pero sin volantear sus discrepancias. Hoy está muy claro que la conducción de áreas clave, como el Ministerio de Trabajo, la reforma del Estado, las políticas de género y culturales, no serían las mismas de no haber sido lideradas por integrantes del Partido Independiente. Y allí debe verse una de las razones por las que el Frente Amplio arrincona sus propuestas en esos planos hacia la extrema izquierda o la demagogia populista: percibe que se trabajó bien en políticas sociales y apela a un maximalismo que resulta poco creíble para el electorado de centro.
Por eso es clave que la Coalición Republicana que se renueve este domingo tenga una participación socialdemócrata más contundente, incluso para el tendido de puentes con una izquierda moderada que está preocupada por el avance de los radicales y no ve a su candidato con la autoridad suficiente para contenerlos.
En esta campaña hay de todo: noticias falsas, jugadas de marketing arriesgadas, bailecitos, piropos, astoribergarismo autoasumido, insultos y tomaduras de pelo de todo tipo. Son operaciones que pueden mover la aguja en esa inefable porción de indecisos que, siendo absolutamente despolitizados, terminan definiendo la elección. Tanta sobreactuación apunta a calentar una elección fría, pero adolece de un daño colateral: agobia y harta al ciudadano común, que sabe que elegir un gobierno es un tema serio.
Acallados los jingles y guardadas las banderitas en el baúl del altillo, en la soledad del cuarto secreto hay que pensar y decidir con responsabilidad.
Quienes preferimos a la coalición, lo que más queremos es mejorarla.
Asegurar una mayoría parlamentaria que exima al futuro gobierno de los peores radicalismos de izquierda y derecha, y fortalezca una ética republicana y constructiva. Por eso, Mieres.