Hoy, 29 de enero se cumplen 5 años de la muerte de Antonio Mercader.
Fue abogado. Fue Ministro de Educación y Cultura en el gobierno de Luis A. Lacalle de Herrera y en la primera parte del quinquenio de Jorge Batlle Ibáñez. Fue Embajador ante la OEA. Fue periodista de fuste en Seusa, que editaba La Mañana y El Diario en tiempos de los inolvidables Carlos Manini Ríos y Eugenio Baroffio. Fue interlocutor de Universidades y empresarios. En la Tertulia de Emiliano Cotelo fue ameno pero profundo, siempre polemizó con elegancia y fue amigo íntimo al mudar de emisora. Escribió libros. Documentados y polémicos: en uno defendió a Luis Alberto de Herrera en su oposición a instalar bases militares de EEUU; en otro fustigó a los tupamaros.
Con su cónyuge la Cra. Rosario Medero, formó un tronco familiar que puede medirse en paz el aforismo bíblico “Por sus frutos lo conoceréis”..
Cuando la insistencia de Washington Beltrán Mullin y Daniel Scheck me convenció de que debía escribir en El País, sin pensar que mis viernes iban a durar más de un cuarto de siglo, reencontré a Manino en la entereza de su diversidad. Era el mismo de otras etapas: escribía su nota firmada y el editorial de la casa, no por cumplir sino porque estaba convencido de lo que tenía para decir. Tenía orden en el pensamiento, de modo que su estilo no surgía de su gusto sino de la precisión con que reflexionaba.
El diarismo y la radiofonía provocaron siempre un sentimiento de pasantía, fragilidad o volatilidad. Lo de anteayer es viejo y ya fue. Quienes nos educamos en diarios y radios con alma, enfrentamos la terrenal melancolía por lo pasajero de lo que hacemos con hora de cierre en la visera, anteponiéndole la conciencia de autenticidad personal y de servicio a valores permanentes e incondicionados.
A 5años de su partida, Antonio Mercader nos da precisamente testimonio de que no es un consuelo ilusorio. A propósito de “La Sociedad de la nieve” circula en redes una nota escrita por Manino en 1999. Sus admoniciones valen y sirven para el Uruguay de hoy y del mañana. Allí leemos: “Ocurrió hace más de un cuarto de siglo, pero los uruguayos aún no hemos terminado de asumir la odisea de los Andes como la hazaña que fue.
“Nuestros dieciséis sobrevivientes son los protagonistas de una de las mayores aventuras humanas del siglo XX, aunque en Uruguay seguimos mirando su peripecia con recelo, prejuicios e indiferencia. Sobre todo con indiferencia. Ni uno solo de nuestros pensadores ha destinado un párrafo a analizar el episodio; no hay canción popular que los mencione; no existen como héroes ni pertenecen a épica alguna, lo que tal vez, en definitiva, sea bueno para ellos pues han podido rehacer sus vidas con normalidad, sin el acecho de la fama. “No es bueno, en cambio, para la sociedad en que viven. El caso no habla bien de nosotros, de nuestra capacidad de extraer de esta historia sus aspectos aleccionantes. El coraje, la inteligencia, la solidaridad, el don de la organización, el ingenio, el sentido de grupo, la fe y un amor por la vida fueron las razones de su salvación. Esto es lo que explica el “milagro de los Andes” y esto es lo que merece ser exaltado, especialmente ante las nuevas generaciones.
“¿En cuántas escuelas, en cuántos liceos del país se narra y se estudia esta epopeya cien por ciento uruguaya? Dicho de otro modo, ¿cuántos de nuestros jóvenes toman como modelo, digamos, por ejemplo, a un Fernando Parrado? Alguna vez comparamos a Parrado con Obdulio Varela, este sí, modelo de varias generaciones de compatriotas. La leyenda de Obdulio está cimentada en un momento estelar, tras el primer gol brasileño en Maracaná - 1950, cargó la pelota en sus manos, arengó a sus compañeros, criticó a los árbitros y desafió a la tribuna, todo lo cual engendró la reacción celeste y la victoria.
“Veamos ahora lo que hizo Parrado, con sus escasos 20 años. Perdió en el accidente a su madre y a su hermana, él mismo fue dado por muerto; así y todo, sobrevivió durante dos meses a cuatro mil metros de altura, al frío, al dolor, a las privaciones; salió a buscar socorro para sus compañeros y tras caminar una semana por el techo del planeta fue capaz de cargar al compañero que desfallecía; lo salvó y dirigió el rescate de sus catorce compañeros tras entregar aquella esquela que conmovió al mundo entero y que empezaba así. “Vengo de un avión que cayó en las montañas, soy uruguayo...”
“Soy uruguayo”. El mundo se dio por enterado y se rindió ante la hazaña de Parrado y los suyos. Uruguay no, al menos hasta la fecha.
“Hay muchos que todavía no entienden que es más heroico cargar a un compañero moribundo que a una pelota de fútbol. Aún se oyen por ahí algunos cuchicheos sobre aquel accidente aéreo de 1972: que si eran “chicos de Carrasco”; que si ganaron poco o mucho dinero con el libro y la película; que si debieron hacer esto o lo otro... ¡Vaya! ¿Tendrá esto algo que ver con el negativismo y la tan mentada “pálida” nacional que nos impide apreciar los éxitos propios? Algo de eso hay, no cabe duda. Y en contra de esa visión escéptica, nihilista y desvalorizadora de lo que somos, habrá que seguir peleando.”
Sí, hay que seguir peleando porque la visión negativa y sin vuelo persiste, no sólo en bolsones de pobreza intelectual crítica sino también en un tipo humano que prolifera en el Uruguay y en el mundo: un individuo ilustrado y con oficio o profesión, pero sin ideales, sin proyectos y sin grandeza, que se arredra en vez de animarse a soñar y emprender.
Hijo de madre francesa y padre español republicano, nacido en España y formado en la vida y la escuela pública del Uruguay, Mercader supo ser claro, cartesiano y universal. En la rotunda nota que transcribimos se yergue para observar y reclamar, dispuesto, como el Cid Campeador, a librar batallas después de su muerte.