Pourvu que ça dure

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Cuenta la petite histoire que eso era lo que, invariablemente, respondía madame Letizia Buonaparte a la multitud de amigos y adulones, cuando le traían halagüeñas noticias de las victorias y proezas de su hijo.

Sabia la señora: era perfectamente consciente de que, en paralelo con sus éxitos, Napoleón cosechaba abundante número de enemigos, gracias a su soberbia, su autoritarismo y su altanería. Lo que hacía temer a madame Letizia era que, si algún día su hijo tropezaba, habría un tropel de gente que se volvería contra él con saña y que trataría de borrarlos a él y a todas sus conquistas y realizaciones (y a todo su séquito, incluida ella).

Pues así ocurrió: entre sus enemigos internos, entre descontentos, monárquicos, jacobinos y otras yerbas, encabezados por Talleyrand y Fouché, ministros suyos y los externos (toda Europa, de Portugal a Rusia, pasando por Italia, Países Bajos, Austria y Alemania), se juntaron para borrarlo y con él, eliminar buena parte de sus realizaciones: el imperio, los reinos y repúblicas creadas y repartidas, los títulos… prácticamente todo.

Personalismo, altanería, soberbia, escasa institucionalización… Esto hizo que quedara poco rastro concreto de toda aquella grandeza y de tantas hazañas protagonizadas por Napoleón.

Javier Milei me hace acordar a Napoleón y también a madame Letizia (servata proporzioni).

Por un lado, su gobierno está haciendo verdaderas proezas, en lo que puede denominase un campo de batalla político: saneamiento de las cuentas públicas, combate a la corrupción, rebaja de la inflación, reformas en el Estado… Una campaña como creo que nunca se vio en la Argentina (y fuera de ella).

Pero, al mismo tiempo, su estilo es muy soberbio, muy agresivo y más enfocado en señalar enemigos -con una fuerte vocación expansiva, colmado de ansias de derrotarlos, usando un vocabulario hostil y ofensivo- que de construir una cultura de sólida convivencia democrática.

Milei corre dos carreras contra el tiempo.

La primera es que se vean (y se sientan) los efectos de las medidas (económicas, fiscales y desregulatorias), antes de que se acabe la paciencia y la tolerancia de la población, sobre todo, de las clases medias y medio-bajas, que son las que más sufren (no sólo los ajustes, sino también el desbarajuste anterior). La segunda: ¿cuánto tiempo más van los inversores a querer esperar para ver los resultados, antes de arriesgar a apostar fuerte en la Argentina?

Los dos factores son cruciales: sin paz social y sin inversiones, la Argentina no sale del pozo. Pero, aun siéndolo, no colmarían el deseo de madame Letizia.

Para que el gobierno de Javier Milei tenga verdadero éxito, sus efectos deben de ser duraderos y estables y eso sólo ocurrirá si se construyen instituciones y se incide, transformadoramente, sobre la cultura.

En estos días se acaba de otorgar el premio Nobel de economía a tres economistas: Acemoglu, Robinson y Johnson, quienes pretenden instalar, como nueva tesis sobre el desarrollo, la necesidad de que existan instituciones (que ellos califican de “inclusivas”).

Ahora, esa construcción, institucional y cultural no se hace fogoneando odios y buscando (con fruición) exterminar enemigos.

Todo (lo mucho) que el gobierno Milei está haciendo, queda teñido por su estilo (y, justo es reconocerlo, por un estilo similar en el Kirchnerismo): agresivo, ofensivo y rupturista.

Con lo cual, si llegara a tropezar como Napoleón (y esperemos que eso no ocurra), el número de enemigos que buscarán liquidarlo y exterminar todo su legado será grande. Le ha pisado los callos a medio mundo.

Pero aun no tropezando, si no construye instituciones (y refuerza algunas que están muy erosionadas y desprestigiadas), si todo continúa dependiendo de él, aun siendo exitoso, todo terminará con él. Y no es eso lo que la Argentina precisa.

Hay un viejo dicho en latín: “Suaviter in modo, fortiter in re”. Cuanto más duro hay que ser en las cosas, más suave debe ser el modo. No es debilidad, es sensatez

La meta del sr. Milei no debería ser derrotar enemigos (que muchas veces su propia dinámica lleva a ir ampliando sucesivamente el espectro), sino a construir. Crear instituciones y una cultura política de convivencia democrática.

No se debe olvidar a madame Letizia. Al final, la tenía más clara que su hijo.

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