Presidente minimalista

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Empezó en Uruguay una nueva era: la del presidencialismo minimalista.

Yamandú Orsi encarna una paradoja política porque su principal atributo es su capacidad para pasar desapercibido. Un presidente que ganó por su habilidad de no provocar rechazo ahora gobierna con la misma estrategia. Hay que reconocerle la coherencia.

Campechano, inofensivo y olvidable, no se lo ve cómodo en su rol, aunque parece intentar construir una “zona de confort institucional”. Un espacio donde el mero acto de ocupar un cargo equivalga a ejercerlo con plenitud.

Su apariencia es la de un hombre medido, afable e incapaz de incomodar a alguien. Cualidades encomiables en un vecino y hasta útiles en un presidente de un club de baby fútbol. En un presidente de la República, la historia es diferente.

Tal vez el verdadero experimento con Orsi sea descubrir si un país puede funcionar con el piloto automático. Él empieza a encontrar su lugar, que no es otro que el de no expresar nada que valga la pena citar y evitar a toda costa un comentario memorable. Con él no hay misterio, ni aura presidencial. ¿Cómo imprimirle un sello al mandato?

Uno de los problemas del liderazgo sin ideas ni carisma es que se asemeja a un barco sin timón. Puede flotar con placidez hasta chocar con la primera tormenta. ¿Qué ocurrirá cuando llegue una crisis? ¿Cuántos querrían que en ese momento él esté a cargo? No es antojadiza la sensación de que ni él lo desearía.

Lo preocupante no es que Orsi hable poco, sino que cuando lo hace no dice nada sustancial. Sus hinchas, además de celebrarle que lea bien un discurso, quieren convencernos de que en algún momento Orsi dejará de ser Orsi para convertirse en el verdadero Orsi. Una metamorfosis que contradice toda lógica y su propia naturaleza.

En el vacío causado por la ausencia de sentido en la tímida voz presidencial, más ruido hacen los que desbordan pasión por el poder y no hacen más que derrapar en cada esquina.

La oposición, atrapada en sus propios dilemas, está lejos de acomodarse. ¿Quiénes piensan, con seriedad, cómo reorganizar las filas? ¿Quiénes estudian las causas del éxito frenteamplista y buscan cómo conectar con la otra mitad del país?

Para cuando termine el período, el FA habrá gobernado 20 de los últimos 25 años. ¿No es tiempo suficiente para que el resto admita que toca revisar los ingredientes de una receta que da señales de hastío? ¿Quién trabaja en construir un mensaje que encante? ¿Cuántos están a pie de calle? La ciudadanía se dará cuenta si el plan maestro carece de ambición y solo implica respirarle en la nuca al gobierno, revolear el poncho si les tocan una vaca sagrada y esperar a Lacalle.

No está claro si algo los hará reaccionar. Quizá algún porrazo inesperado en las departamentales que, de seguir acumulando escándalos en torno a algunas intendencias, no sería raro. De no empezar a hacer algo en serio para sacudirse la etiqueta de “blancos pillos”, la caricatura que ya es meme corre riesgo de quedar grabada en piedra.

Un presidente debe construir, con asidero en la realidad, un relato. Contar(nos) una historia, contagiar una visión. Un enfoque en exceso pasivo refleja el estilo de liderazgo y la personalidad, y aunque muestre autenticidad y el carácter de una persona sea inmutable, se corre el riesgo de confundir presencia con acción, diálogo con resultados, y buenas intenciones con políticas efectivas.

El trabajo de un líder es marcar el rumbo y supervisar el viaje. Si bien la capacidad de inspirar con retórica no suple a la sustancia, es un error pensar que carece de importancia. Quienes minimizan la falta de carisma pasan por alto lo esencial de la política. Es un debate sobre ideas y prioridades. Sin capacidad de defender los propios argumentos, todo se vuelve un tembladeral. La habilidad de influir en el ambiente constituye un arma esencial en el arsenal de un líder.

El problema no es que Orsi diga poco. El problema es que no tenga ganas de contagiar, que dé la sensación de no poder hacerlo y que, por ende, pierda relevancia porque ¿qué es un presidente sin el peso de su palabra?

Corre el peligro de convertirse en lo opuesto de un hombre indispensable, arriesga volverse un presidente prescindible. Si, primero en su entorno, y luego en la opinión pública, se empieza a percibir que este gobierno podrá funcionar bien, mal o regular, pero que sería lo mismo si él no estuviera, estará en problemas.

Quizá no sea indispensable que empiece a decir algo sustancial mañana mismo, quizá pueda esperar un tiempo más, pero a este ritmo es probable que cuando se decida a hacerlo no solo no encuentre las palabras, ni el tono, ni el mensaje, sino que sea demasiado tarde.

Es posible que cuando quiera encontrar algo para decir ya nadie escuche. En política, como en la vida, el silencio puede ser sabio, pero el vacío no lleva a ningún lado.

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