Proteccionismo de Keynes

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La semana pasada exploramos las consecuencias que tuvo sobre el libre comercio la Primera Guerra Mundial y la crisis de 1929, ahora es el turno del keynesianismo, que tuvo un rol preponderante, tanto como nuevo paradigma dominante en la ciencia económica, así como otro factor que impulsó la adopción de medidas proteccionistas.

No es que Keynes fuera un teórico del proteccionismo, pero el estatismo y el proteccionismo van de la mano. Si se entiende que el comercio exterior debe ser controlado se cae en el estatismo y si se piensa que el Estado debe jugar un papel importante en la economía, lo hará también en el comercio exte- rior. La influencia de Keynes se empieza a sentir en la década del treinta y cobra impulso con la publicación de su magnum opus la Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero en 1936.

A partir de entonces y por las siguientes cuatro décadas el keynesianismo se convertiría en la nueva ortodoxia del pensamiento económico. El triunfo fulgurante de la teoría keynesiana, apoyado en una mala interpretación de los problemas económicos de su tiempo y la generalización de un caso particular elevándolo a la categoría de teoría universal, fue extraordinario.

Keynes no fue muy consecuente en sus ideas en general, ni en cuanto al comercio internacional en particular: fue un férreo defensor de la libertad económica en los veinte y un seguidor de las falacias mercantilistas en los treinta. La siguiente opinión escrita hacia 1923 podría haber sido suscrita por un liberal clásico radical:

“Debemos aferrarnos al Libre Cambio, en su más amplia interpretación, como a un dogma inflexible, para el que no se admita excepción, siempre que la decisión dependa de nosotros. Debemos aferrarnos a él incluso cuando no recibamos reciprocidad en el trato, e incluso también en aquellos casos raros en los que al infringirlo podríamos, de hecho, obtener una ventaja económica directa. Deberíamos aferrarnos al Libre Cambio como a un principio de moral internacional, y no simplemente como a una doctrina de ventaja económica.”

Sin embargo, en su libro de 1936 defiende que “Las mercaderías sean nacionales siempre que ello sea razonable y convenientemente posible” y curiosamente encuentra la verificación de que sus ideas son correctas en que fueron anticipadas por los autores mercantilistas. Como comenta Henry Hazlitt: “Keynes expone y respalda prácticamente todas las falsedades antiguas, y por largo tiempo explotadas, de los mercantilistas”.

Y da una respuesta muy atendible a por qué, cada cierto tiempo, vuelven a aflorar esos viejos errores: “Lo que mantiene vivas las falacias mercantilistas, a pesar de sus mil refutaciones, es: 1) los especiales intereses a corto plazo de ciertos productores particulares dentro de cada país, los cuales se beneficiarían siempre si pudiera eliminarse la competencia contra ellos solos, y 2) la persistente incapacidad o negativa, incluso de muchos ‘economistas’, para investigar o comprender los efectos secundarios y a largo plazo de una política determinada. El arte de la economía consiste en mirar no solo los efectos inmediatos, sino también a los efectos a largo plazo de cualquier acto o política; consiste en investigar las consecuencias de esa política, no simplemente para un grupo sino para todos los grupos”.

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