¿Qué es el progresismo?

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La actual transición uruguaya oculta un anacronismo, el Frente Amplio, no es exactamente una coalición de partidos acorde con el tiempo que vivimos. En el mundo de hoy, debilitada la izquierda clásica domina el neoliberalismo, sobrevive en declive la social democracia y con estertores la derecha tradicional, todos impregnados por un populismo rampante. En síntesis, esta vez sí, parecen haberse debilitado las grandes ideologías del pasado inmediato. Nuestra izquierda no lo asume. Rehuyendo revisar sus fundamentos clásicos: (revolución, plusvalía, clasismo, imperialismo, dictadura del proletariado,) esquiva aceptar la catástrofe. Le alcanza con oponerse al estalinismo.

En este contexto, superada la dictadura militar ante cuya irrupción se mostró más que concesiva, el Frente incorporó al fin la democracia junto a su anexa economía de mercado. Un giro de 180º, que lo obligó a abandonar abruptamente sus principios fundantes. Enfrentado a esa ineludible imposición, apeló a lo que pudo: se aferró a su convicción central, al corazón de su doctrina que mantuvo pero trasladó a un horizonte indefinido: un día, proclamó, sobrevendrá la revolución que, con o sin violencia abrirá paso al paraíso. Mientras se aguarda solo cabe acumular fuerzas. Tal el “progresismo”, una táctica de perseverancia bajo el capitalismo. No tan diferente al mesianismo, pero lejos del etapismo económico original.

El cambio de rumbo continuó considerando al mercado y su cultura como el mal absoluto. Lo que justifica eliminarlo de raíz. Solo que ahora en fecha incierta. Este matiz, nada despreciable, lo diferenció de los restantes partidos “burgueses”, aun si todos, incluyéndola, practican economías de mercado. Una cosa es Keynes otra la actual izquierda y otra el anarcocapitalismo de Friedman.

Esto explica que en Uruguay, pese a la similitud de su política, solo la irreductible variedad de los partidos frentistas continúen sintiéndose socialistas/contrarios al capital, condenados a un sistema que no eligieron. Tanto se identifiquen como marxistas-leninistas como el P.C.U., o, a la usanza Mujica, se decanten como populistas antiimperialistas, con resabios guerrilleros, motas cubano-marxistas y pinceladas realistas, como el MPP. Todos, a su pesar, forzados a diferir similares aspiraciones.

De esta duplicidad de su progresismo, además del vergonzoso 1973, persisten ejemplos relevantes de largas consecuencias. El presidente Bush de gira por estos lares, ofreció al primer Tabaré Vázquez un tratado de libre comercio. Un objetivo dorado y de enormes beneficios para nuestro pequeño país: acceder sin aranceles, al mayor mercado del mundo. Contrariándolo el Frente se negó redondamente a apoyarlo. Ninguna coalición de socialistas o afines, sostuvo, puede suscribir tratados con el imperialismo más crudo de la historia. Por más que en términos capitalistas mejorara la coyuntura, no se pacta con el enemigo. Hoy, las nuevas circunstancias aminoran discursos e imponen más y más concesiones. Por eso las metas finales han sido calladas, relegadas sin plazos, pero no olvidadas. Están e influyen, solo que no son directamente audibles. El tiempo las debilita pero no las borra. Son marcas identitarias, compendios de luchas pasadas, signos de diferencia.

En notas anteriores citamos como ejemplos de su presencia la negativa a la propuesta de su ministro de Economía de desindexar salarios. Al nombramiento como secretario de Trabajo de un sindicalista comunista ideológicamente petrificado o al llamado a integrantes de gremios medievales en el área educativa. Las reticencias para aceptar vitales inversiones extranjeras -Aratirí y el agua uruguaya son ejemplo- o a toda medida capaz de otorgar eficiencia duradera al capitalismo nacional. Para el Frente no cabe ni la emulación ni la excelencia. Ignora lo que el país requiere, aunque no siempre guste: conocimientos, especialización, cultura laboral, competencia, inversiones, capacidad de riesgo. Quizás por eso, emulando lo religioso, conquista electores.

En política internacional, su débil respuesta es el acercamiento a Brasil, el Mercosur y la Unasur, lógicos pero peligrosos. O, en otro plano y como novedad, impulsar una cultura “woke”, si bien compartible en su fundamentalismo liberal, totalmente excedida en sus actuales manifestaciones. En síntesis, acomplejada por su obligado giro económico, la izquierda desecha tradiciones que merecen conservarse y omite, pecado invalidante, que la autonomía en tanto autodeterminación, precede a la comunidad.

De hecho, ocurre lo que cabe esperar de un movimiento político cuya referencia económica central es un Estado, que siguiendo la tradición nacional, concibe a la manera hegeliana como el logro civilizatorio de la época. No casualmente, tanto el MPP, el P.S., el M.P.P. como grupos menores, junto a los “independientes” -el 65% de la coalición- se definen, a la vieja usanza, como socialistas. Inhibidos de implementar la política que ansían, practican en el entretiempo un reformismo que no consideran definitivo, al que diferencian con orgullo del practicado por la socialdemocracia. Desde ese implícito finalismo se consideran moralmente superiores, campeones de la solidaridad. Pero, como el siglo anterior ha demostrado, carecen de una teoría económica que lo sustente. Desligan su moralismo de su factibilidad social. Son antipobristas que ignoran cómo producir; ciegos igualitaristas incapaces de valorar las humanas diferencias. Aun cuando, la época y el ejercicio del gobierno carcoma sus utopías y les imponga indeseadas concesiones, como las papeleras finlandesas o el inesperado Gabriel Oddone

En síntesis, vivimos ciclos adversos pero aún así el Frente, tal como si la historia no fluyera, remueve rescoldos sesentistas. Ello impone atención. No para ahuyentar desastres que la época no autoriza; solo para prevenir parálisis. La incierta coyuntura externa exige estrategias favorables al crecimiento, requiere renovación y audacia. No se camina de espaldas ni encendiendo velitas al socialismo. Oponerse a los excesos del capitalismo o a los delirios trumpista no supone, como cree el progresismo, reivindicar utopías invalidadas por el devenir, aunque solo sea, afortunadamente, como aspiración irrealizable.

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