Que gobierne la coherencia

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En campaña se escuchan muchas ideas fuerza, muchas frases, un eslogan sobre otro. Algunos llenos de creatividad, otros que no movilizan y otros llenos de ironía. La actual oposición se ha plantado con el “que gobierne la honestidad” desde un pedestal moral al cual nadie sabe cómo llegó ni qué credenciales la habilitan. Pero es un hecho incontrastable la ausencia de legitimidad en ese eslogan. No solo porque quien lo invoca carece de esa virtud, sino porque implica cierta jactancia de poseer lo que el gobierno no.

Probablemente no sea un buen momento para golpearse el pecho por parte del Frente Amplio, especialmente el MPP, cuando uno de sus principales dirigentes, un senador que se autoproclamaba adalid de la honestidad y las buenas costumbres, está siendo indagado por presunto abuso de funciones cuando era un alto jerarca del Ministerio del Interior. ¡Coherencia por favor! ¡Que gobierne la coherencia!

Gabriel Oddone, postulado como eventual ministro de Economía por Orsi, demostró en una y otra ocasión que la coherencia brilla por su ausencia en su proceder. En primer lugar aterriza en el partido que hizo de la concesión a la multinacional belga Katon Natie un verdadero circo, siendo él consultor de la misma y quien acompañó su posición con fundamentos. No se puede estar bien con Dios y con el diablo, y si se lo está (como en este caso) no es coherente que se naturalice o se ignore.

En segundo lugar afirmó que un triunfo del SÍ en el plebiscito de la seguridad social “no es el fin del mundo” mientras que anteriormente había afirmado que la situación que se generaría si triunfase sería similar a la crisis del 2002. El mismo economista que junto a más de cien colegas suyos (en lo profesional y en lo partidario) firmó un documento parándose en contra del plebiscito luego dio un giro en el aire para relativizar sus impactos. Repito, es preocupante que suceda ese tipo de acrobacia política, pero más aún es que no importe o por lo menos no alarme.

Varias visiones económicas conviven en el Frente Amplio, y a la vista están las incoherencias. Oddone cantó “a desindexar”, mientras que los que cantan “a desalambrar a desalambrar” le salieron al cruce. Pereira, García, Olesker, manifestaron su rotundo desacuerdo con la idea de no atar directamente el aumento de los salarios al nivel de inflación en la negociación colectiva. Parece que quienes mandan son los de la línea dura, porque en días posteriores (y a raíz de los correctivos públicos) Oddone empezó a recular en chancletas.

Venezuela es otro capítulo y la coherencia del presidenciable del Frente Amplio en este tema también ha estado ausente. Le costó mucho darse cuenta (o mejor dicho reconocer públicamente) que en Venezuela hay una dictadura.

Allá a las largas y contra las cuerdas reflexionó que “en un esquema binario donde es dictadura o democracia, es dictadura”. ¡Pero cómo en un esquema binario!. ¿Cuántas tonalidades le caben a la democracia?. En una demostración insuperable de relativismo verbalizó lo que todos piensan. No se puede ser tan tibio en un tema tan delicado. No se es más o menos democrático o más o menos totalitario. ¡Por supuesto que es una cuestión binaria! Se es democrático o no se es. Su falta de criterio también en esto evidencia lo que hay en el fondo: la necesidad de quedar bien con todas las barras de su coalición. Y eso es imposible cuando en esa colectividad hay defensores de dictaduras.

La filosofía de la contradicción no es sana en política. La militancia de la incoherencia no es seria cuando se habla del futuro de una sociedad.

Porque es la semilla que hace germinar la falta de gobernabilidad, la inacción y el retroceso. Un partido con tanta contradicción interna, especialmente co-mo consecuencia de profundas diferencias ideológicas, está condenado al fracaso cuando gobierna. Porque solo se puede buscar consensos hacia afuera, propiciar mayorías, cuando se los tiene hacia adentro. Y es notorio que el Frente Amplio nunca pasará de la primera frontera.

La coherencia como fundamento de la legitimidad y la confianza es un tema que debe estar sobre la mesa las próximas semanas. Porque el Uruguay necesita certezas. El mundo necesita certezas. La inversión necesita certezas. Y el trabajo nace donde hay certezas. La inseguridad jurídica y la incertidumbre financiera ahuyentan el desarrollo.

Nadie invierte en un país que de un plumazo echa por tierra un sistema de seguridad social equilibrado y sostenible. Nadie contrata cuando de la noche a la mañana los impuestos se pueden disparar producto de un desfinanciamiento galopante. Nadie confía en un país con gobernantes que cobran al grito, especialmente si el grito viene del corporativismo sindical y sectores radicales de izquierda.

Mi abuelo decía “no perdamos en la bajada lo que ganamos en el repecho”. Y es así, no se puede rifar la credibilidad de un país que ha sido históricamente ejemplo en el mundo de institucionalidad y certeza. Hay quienes no piensan en eso, porque creen que el mundo son los metros cuadrados del comité de base del barrio. Pero el mundo busca oasis como Uruguay, y perderlo sería realmente irreparable.

Conducir un país requiere atributos personales, intelectuales y políticos, que no todo el mundo posee. Por lo tanto vale la pena hacerse preguntas, de esas que movilizan y revelan.

Y hay preguntas que son respuestas en sí mismas. Si hubiera una crisis como la del 2020, una pandemia que nos puso en jaque, ¿a quién quisiera de presidente?, ¿a Delgado o a Orsi? En esa respuesta está el futuro del país. No hay dudas: es para adelante y es con Álvaro Delgado.

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