Corría el año 2024 y en un pequeño y lejano país llamado Uruguay, políticos, comunicadores e intelectuales estaban enfrascados en una curiosa discusión semántica: el significado de la palabra lucro.
Casualmente ahora se cumplen 60 años de la primera edición de un libro que me acompañó en mi niñez: El humor en la escuela del maestro José María Firpo. Era una recopilación de graciosísimos disparates que escribían los niños en clase y que, cuando el éxito editorial cruzó el charco, fue retitulado como Qué porquería es el glóbulo, eligiendo justamente uno de esos escritos infantiles. Siempre me pareció divertida esa frase, por la manera como carga de valoración estética una palabra que no designa nada desagradable, pero suena feo.
Con el lucro pasa lo mismo.
No sé si fue primero el huevo o la gallina: por un lado el Pit-Cnt redactó una demagógica enmienda constitucional que garantizaba jubilaciones tempranas y justas para todo el mundo, sin explicar de dónde sacaría la plata a mediano y largo plazo. Por el otro aparecieron las llamadas “Bases Programáticas” del Frente Amplio, comprometiéndose a una seguridad social donde solo se aceptara el “ahorro no lucrativo”.
Habiendo designado a Gabriel Oddone como futuro ministro, para dar tranquilidad a los mercados e intranquilidad a sus propias bases, Yamandú Orsi lo soltó a las fieras: periodistas y adversarios políticos salieron a echarle en cara tamaña contradicción con las reglas de juego que el mismo Frente Amplio no había tocado en sus 15 años de gobierno.
Ahí el destacado economista se metió en una prolongada camisa de 11 varas: en una entrevista reciente concedida a VTV, admitió que no entendía qué quería decir eso de nacionalizar las AFAP y defendió el “manejo profesional” de sus fondos. Pero la promesa programática sigue ahí y uno tiene derecho a preguntarse si tal manejo profesional será ejercido únicamente por el Estado o podrá serlo por empresarios que dejen de cobrar por sus servicios y se entreguen felices a realizar caridad pública.
Quedaron entre la espada y la pared: la espada es la demanda de un buen número de votantes de la papeleta blanca a los que convocan para ganar el balotaje. La pared, la evidencia de que expropiar empresas y ahorros solo puede conducir a la economía del país al desastre kirchnerista.
Y ahí empezó la discusión semántica sobre la palabra lucro.
Primero fue Fernando Pereira, reconociendo que no van contra él, solo que hay que ver que las AFAP “no tengan tanto lucro como el que tienen ahora”. Lucro sí, entonces, pero un poquito menos. Después fue Alejandro Sánchez, que dio un paso más audaz aclarando que “técnicamente, el significado de lucro es ganancia. Pero cuando en Uruguay decís lucro, es que hay una ganancia desmedida” (sic). Llega la hora de publicar un diccionario “Frente Amplio-Español, Español-Frente Amplio”. La anécdota parece menor pero no lo es.
Con la misma inocencia con que aquel niño de los años 60 intuía que el glóbulo debía de ser una porquería, hay toda una línea de razonamiento en la cultura uruguaya que identifica al lucro con la explotación y la injusticia. Es el producto de décadas de interpretación de la realidad con instrumental marxista.
Recuerdo a un maestro y amigo actor decir, con enojo, que en las primeras épocas del teatro independiente, algunos entendían que cobrar por subirse a un escenario equivalía a “mancharse las manos”. Felizmente la idea dominante no fue esa y se reconoció que la actividad artística es un trabajo como cualquier otro y merece ser recompensada.
También recuerdo un episodio más reciente: el intento de un grupo de presión que representa los intereses de las plataformas multinacionales, de abolir los derechos de autor que corresponden a quienes escriben libros y componen música. En esa oportunidad se mentaban supuestas reivindicaciones de izquierda (el acceso igualitario a la cultura, el combate al lucro de las editoriales y las discográficas) pero la verdad de la milanesa era que se pretendía confiscar a los autores la justa retribución por su trabajo creativo. Puedo pagar por un kilo de papas, pero ¿por qué pagar por un libro?
Ahora pasa exactamente lo mismo: primero quieren arrasar con el lucro que un conjunto de empresas profesionales (la más grande de ellas, perteneciente en un 100% al Estado) obtienen por realizar un trabajo que les fue encomendado en una ley votada por los representantes del soberano. Después se meten en el burdo laberinto de decir “que lucren, pero no tanto”, lo que los podrá salvar del mal paso, pero los someterá más adelante a la reacción airada de su barra fundamentalista bolche.
Todo ese mamarracho ideológico se resolvería si los Orsi, Oddone y Pereira tomaran el toro por las astas y explicaran a sus huestes que vivimos en una sociedad que se rige por la economía de mercado y que los sistemas dirigistas que en el mundo han sido, solo han llevado a sus sociedades autoritarismo y miseria.
Y solicitarles modestamente que, de una vez por todas, dejen de lucrar electoralmente con la prejuiciosa aversión al lucro.