¿Quosque tandem?

Compartir esta noticia

Es un dato de la realidad que prácticamente todos los países del mundo vienen aumentando el volumen de su gasto público. Ese proceso se aceleró sustancialmente, a partir de la Segunda Guerra Mundial, con progresiones que han sido irreversibles. Bajo algunos gobiernos, el gasto aumenta más, con otros, menos, pero siempre crece.

Ni Maggie, en su apogeo, pudo revertir la tendencia en Gran Bretaña (a lo más que llegó fue a que no aumentara en términos del producto y por un tiempo).

Ese fenómeno y el creciente endeudamiento de los países, que es su corolario, están llegando a niveles nunca vistos. En los 12 meses a julio de 2023, el gobierno americano se endeudó en 2,3 trillones de dólares (8,6% del PBI). Cinco de los siete países más ricos del mundo están sobrepasando el ratio deuda-producto del 100%. Y eso ocurre en el llamado primer mundo.

La película en el resto no es mucho más linda.

La pregunta, entonces, es la de Cicerón: “¿Hasta cuándo?”.

El gasto público se supone que debe pagarse con la plata de los impuestos, pero como es mucho más fácil gastar (plata ajena) que sacarle plata a la gente, el rezago lo cubren los gobiernos endeudándose. Que es más fácil, porque la gente es ciega, no cae en la cuenta de que la deuda hay que pagarla. O, quizás más que ciega es egoísta y piensa que la pagarán los que vienen después.

Además, está la solución demagógica, que durante algún tiempo anduvo: pagar con inflación, emitiendo.

El problema está en que los pueblos, mayoritariamente, se han avivado (al sufrirlo en carne propia) y ya no aceptan el recurso inflacionario (más allá de ciertos límites, que son difíciles de asegurar).

Pero el otro problema es que las otras dos soluciones: imponer y endeudarse, ya están, en muchísimos países, a niveles que hacen muy difícil imaginar su crecimiento. La gente ya no banca más que le suban los impuestos y los mercados no tienen avidez por más y más papeles estatales.

Todo lo cual se ve agraviado por las muestras que está dando la economía mundial, de un cierto desaceleramiento: si las economías crecen, es imaginable salir del paso con un poco de prestidigitación tributaria, pero si las expectativas de la gente se ven frustradas porque la cosa no mejora, es bravo imaginar que aceptarán que les metan la mano en el bolsillo (otra vez).

¿Hasta cuándo?

Algo va a tener que ceder: el gasto o el sacrificio requerido para bancarlo.

Lo primero, comprobadamente difícil, se ve agravado aún más, por el fenómeno mundial de envejecimiento poblacional. Los viejos somos más caros (jubilaciones y gastos de salud), producimos menos y somos más reacios a que nos pidan sacrificios económicos para bancar un futuro que no veremos.

Tal parece que vamos derecho al muro con la pata firme sobre el acelerador.

¿Qué hacer? Algo hay que hacer.

Bueno, para empezar, no agravar el problema con pujos voluntaristas, originados en cócteles ideológico-egoístas, pasados incluso de moda.

Me refiero a las movidas como la de querer detener el tiempo volteando la reforma de la seguridad social o el corporativismo ciego y egoísta de querer obligar a la sociedad a bancar el ruinoso negocio del portland, o a quedar expuesto a otra crisis bombeando la obra de Aratiri.

Quizás podríamos también avanzar en otras áreas, con algunas medidas de sentido común, que no conllevan grandes sacrificios (chicos sí, pero no hay otra).

Me refiero, por ejemplo, a legislar pasando los entes autónomos al derecho privado, trasparentando los subsidios cruzados encubiertos a lo largo y ancho del Estado, permitiendo la tercerización de actividades no esenciales, modernizando la anquilosada aplicación de la inamovilidad de funcionarios, trayendo el mecanismo de negociación laboral tripartita al siglo XXI, dando facultades a directores de institutos públicos de enseñanza para contratar y destituir, transparentando la gestión económica de los entes públicos de enseñanza (empezando por la Udelar) y otras medidas del más elemental sentido común.

Último comentario: a no engañarse con que estas reformas no ocurren por culpa de los políticos: si ellos se enteran de que eso es lo que la gente quiere, no tengan duda de que lo van a hacer.

Próximo a cumplir 80 años, estas cosas, para mí, no me preocupan. Pero, con cuatro hijos y ocho nietos, me desesperan.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar