Estado: siempre volvemos a hablar de él. Pero, la mayoría de las veces, la conversación se enreda rápidamente en la ideología, o en intereses (o en ambas cosas a la vez).
Así que empezaré simplemente señalando hechos.
Hecho 1: En todo el mundo, el tamaño de los estados, medido como se quiera: en el volumen de sus presupuestos, en el número de sus funcionarios, en las actividades que desempeñan y/o en el universo de sus reglamentaciones, no para de crecer.
En todo el mundo.
Bajo gobiernos de los más diversos tipos, desde Mujica a Reagan. Ni Maggie consiguió reducir el gasto del estado británico. Vamos a ver cómo le va a Javier, pero sería la superexcepción a la regla.
Si el fenómeno se da de forma casi constante, independiente de las circunstancias y aún de las ideologías en el poder, algo pasa. Da para pensar.
Hecho 2: Curiosamente, ese fenómeno no ha repercutido sobre las expectativas de las sociedades: aun cuando, ocasionalmente, hay sociedades que reclaman reducir gastos, eso suele ir acompañado de otros reclamos, por más o mejores bienes o servicios estatales que, obviamente, implican subir gastos.
Hecho 3: Ni los políticos, cuando ofrecen propuestas, ni la gente, cuando plantea exigencias, proponen recortar los gastos existentes para bancar lo nuevo: todo es sumar. Aumentar gastos.
Hecho 4: Tanto las propuestas como las exigencias, que (siempre), significan más egresos, no se refieren mayoritariamente a inversiones (aunque usan el término de forma trucha, como en “inversión social”): el grueso de los aumentos, ofrecidos o pedidos, va a gastos (generalmente vinculados al corto o mediano plazo). Es más, si no hay más remedio que cortar algo, ese algo suele ser inversión (o investigación).
Hecho 5: Al crecer el gasto, obvio, crece su financiación. Ergo, crecen los impuestos (incluyendo la inflación). Como en definitiva y más allá de su estructura, los impuestos los termina pagando quien no puede trasladarlos, el grueso de la tributación acaba cayendo sobre la población de recursos medios o bajos.
A propósito, no deja de ser curioso, a esta altura del campeonato, la queja recurrente del sindicalismo, en el sentido de que “el ajuste lo paga siempre el trabajador”. Y sí, por lo que acabo de decir. Ahora, cómo es que no pensás en eso cada vez que te ponés a presionar por más beneficios?
Hecho 6: Detraer recursos de la sociedad para financiar gastos públicos, impacta negativamente sobre la producción y cuando los niveles de tributación son muy altos, el impacto marginal es mucho mayor.
Hecho 7: El crecimiento de los Estados se manifiesta:
- en mayor intervención regulatoria;
- en mayor burocracia.
Ambos fenómenos, a su vez, se traducen en la generación y/o el fortalecimiento de intereses (sectoriales y/o burocráticos): los protegidos o beneficiados por las regulaciones y los funcionarios, cuya vida dependerá de la continua justificación de su función (o, mejor aún, su crecimiento).
Hecho 8: La experiencia -mundial- muestra que el aumento del gasto estatal por lo general no se ve acompañado por mejoras en los servicios y bienes públicos. Más bien es al revés, (en el Uruguay eso es patente).
Al contrario, la mayoría (¿totalidad?) de los estados del mundo entraron -hace rato- en un proceso de rendimientos decrecientes.
Los gobiernos gastan más, pero no dan satisfacción.
Hecho 9: En la mayoría de las democracias crece entre la población el desinterés y la indiferencia, erosionando su funcionamiento.
Hecho 10: En la generalidad de las democracias occidentales, las poblaciones envejecen y aun decrecen, haciendo que el (creciente) peso del Estado, recaiga cada vez sobre menos personas.
Hecho 11: Por último, las tasas de crecimiento económico, salvo excepciones, se han reducido y en muchos casos estancado, suscitando el descontento de la gente, que ha venido asumiendo que Democracia y crecimiento van juntos y que, si eso deja de ocurrir, la culpa la tiene la Democracia (no el Estado).
En suma: ¿hasta cuándo? Como dijo Cicerón.
¿Hasta cuándo vamos a seguir sin admitir la realidad, anteponiendo intereses sectoriales o, directamente, sacándole el cuerpo a la necesidad de cambiar? Como si las cosas se fueran a arreglar solas o que las arreglarán otros (a quienes no les damos mandato para hacerlo).
Dejó de ser un tema ideológico. Es una realidad.
Que implica que la cuenta la van a pagar las generaciones venideras.
Irónicamente, las más indiferentes.