Radicalismo o sensatez

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Este año parece estar pautado por un incremento de la confrontación política y social con el telón de fondo del comienzo de la carrera electoral hacia 2024. De un lado, tenemos una coalición que lleva adelante un gobierno nacional que está logrando avances sustantivos como la reforma de la seguridad social o la transformación educativa. Del otro, una oposición que se ha vuelto experta en agregar adjetivos peyorativos a cada iniciativa, sin importar su análisis, o más bien, prescindiendo de él.

Una de las virtudes de nuestro sistema político, y de las que más nos preciamos, es su estabilidad. En Uruguay nos caracterizamos históricamente por la capacidad de dialogar con quien piensa distinto y, al menos en algunos temas fundamentales, alcanzar acuerdos. Así se construyó nuestra democracia, en base a amplios consensos sobre las formas y métodos para determinar los contenidos de las políticas. Vale aclarar, las diferencias -incluso las diferencias radicales- son legítimas y necesarias en una democracia para que todas las opiniones estén representadas. No es necesario ni deseable el consenso por el consenso en sí mismo en cada asunto, pero sí, es fundamental un ambiente que permita que el enfrentamiento se desarrolle por vías civilizadas.

El reciente episodio en el IAVA es un buen ejemplo de cómo este clima de convivencia puede deteriorarse cuando una de las partes pone el acento en la lucha política por encima de las normas básicas. De una decisión de Secundaria sobre un director de un centro educativo basado en elementos sólidos, se termina armando un escándalo de proporciones nacionales basados en la manija. Por una simple decisión administrativa, se genera un conflicto apoyado y promovido por el sindicato de profesores, el Pit-Cnt y el Frente Amplio, con un gran despliegue mediático en el centro educativo.

Lo que queda nítidamente en evidencia es la falta de matices o de graduación en la oposición a la hora de abordar cualquier medida del gobierno. Sea lo que sea, lo que se ponga en cuestión o el enfoque decidido por el gobierno nacional, se presenta una oposición que pone el grito en el cielo con los más duros adjetivos. Esta pérdida de énfasis, a partir de lo que a cualquier diferencia se la expone a todo volumen, le resta mucho al diálogo razonable que debería existir. Notoriamente, no tiene sentido expresar que todos los temas son de vida o muerte y merecen el enfrentamiento más acérrimo.

Afortunadamente, desde el gobierno se ha mantenido otra estrategia, más afín a las mejores tradiciones nacionales, en la que las convicciones se defienden con firmeza pero con la razonable moderación que requiere el juego democrático. Sin embargo, parece ser que a medida que nos acercamos a la campaña electoral, la oposición se inclina hacia un enfrentamiento más duro, utilizando todos sus herramientas para proponer una campaña mucho más dura y crispada de lo que estamos acostumbrados.

Los uruguayos en su enorme mayoría, de las más diversas visiones, prefieren una convivencia civilizada, donde las diferencias se pueden plantear en términos de discrepancias y no de enfrentamientos irreconciliables. La radicalización suele salir mal y será sin lugar a dudas uno de los elementos que pesará en la elección del 2024.

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Felipe Paullier

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