Raúl Sendic acaba de romper un pacto tácito con Lacalle Pou y Bordaberry. Los tres son portadores de apellidos políticos que les facilitaron el camino a la notoriedad y también los cargaron con las mochilas del pasado familiar. Hasta ahora, ninguno de los tres había procurado descalificar a sus rivales por “porte de apellido”, pero hete aquí que Sendic acaba de intentarlo con poca elegancia y mucho oportunismo.
Raúl Sendic acaba de romper un pacto tácito con Lacalle Pou y Bordaberry. Los tres son portadores de apellidos políticos que les facilitaron el camino a la notoriedad y también los cargaron con las mochilas del pasado familiar. Hasta ahora, ninguno de los tres había procurado descalificar a sus rivales por “porte de apellido”, pero hete aquí que Sendic acaba de intentarlo con poca elegancia y mucho oportunismo.
Hablando de la campaña para bajar la edad de imputabilidad, Sendic derivó su oratoria hacia sus adversarios, el blanco y el colorado, a los que aludió críticamente. “Hay algunos que tienen solo nombre y otros tienen solo apellido”, ironizó el candidato a vicepresidente del Frente Amplio. De ese modo, en una sola frase —demasiado precisa para ser improvisada— acusó a Pedro Bordaberry de ocultar su apellido y a Luis Lacalle Pou de usarlo en su beneficio. Fue como decir que el primero se avergüenza de su padre en tanto que el segundo es apenas un afortunado heredero.
Al referirse así a los dos presidenciables, más allá de la descortesía en que incurrió, Sendic olvidó que es portador de un apellido sin el cual no estaría en donde está. Su carrera política habría sido menos vistosa y difícilmente hubiera recibido el espaldarazo de José Mujica que ambientó su carrera política desde esa plataforma de lanzamiento que resultó ser Ancap. Si bien llamarse como se llama le otorgó beneficios, puestos a pagarle con la misma moneda tendríamos que recordarle, por ejemplo, el sistemático sabotaje perpetrado por su progenitor contra la democracia uruguaya desde comienzos de los años sesenta.
No obstante, nada sería más degradante que asistir a una campaña electoral basada en ese tipo de argumentos de carácter personal. Mentar el linaje, como lo hizo aviesamente Sendic, e insistir en esa especie de lucha entre clanes familiares, sería empobrecer el debate político, lastimar inútilmente a los candidatos y reabrir viejas heridas. Además, significaría poner otra vez el pasado reciente en el centro de la discusión en lugar de apuntar hacia el futuro, que es lo que cabe esperar de tres políticos relativamente jóvenes como Lacalle Pou, Bordaberry y Sendic que representan las tendencias renovadoras de sus respectivos partidos según el resultado de las elecciones internas.
Por eso, convendría que los aludidos hicieran oídos sordos a la provocación de Sendic, un candidato a vicepresidente que hasta hoy fungía de silente ladero de Vázquez, pero que con esa frasecita decidió salirse “por peteneras” como dirían los españoles. No hay razón para que le contesten: Luis Lacalle Pou, por méritos propios, con una audaz propuesta “por la positiva” logró una amplia victoria sobre un formidable adversario como Jorge Larrañaga; Pedro Bordaberry, por su parte, tras rescatar al partido Colorado de lo que parecía inexorable extinción acaba de ratificar en las urnas su fuerte liderazgo.
El exabrupto de Sendic tal vez se explique por el nerviosismo causado por los datos de encuestas que dan mayoría a la oposición, por la inquietud generada por las divisiones en la interna frentista y por el escándalo de Asse con procesamientos de sindicalistas. Si al mentar los apellidos lo que buscó realmente el expresidente de Ancap fue desviar la atención hacia el pasado, le erró feo: un debate genealógico puede volvérsele en contra como un boomerang.