No he sabido de nadie que haya podido responder satisfactoriamente la pregunta clave del proceso electoral de 2024: ¿cómo es posible que un gobierno que se retira con amplia valoración positiva en la opinión pública, y en particular su presidente, haya convivido con una derrota inapelable del campo político que lo representó en las urnas? Quiero aquí sumar algunas ideas para tratar de develar el misterio.
Una primera explicación es metodológica: las encuestas no son equivalentes a las urnas. La foto exacta es el pueblo votando, por lo que quizás en realidad estemos queriendo analizar un fenómeno que tiene algo de espejismo y que nos confunde un poco. La encuesta de valoración inquiere sobre una evaluación pasada y presente del gobierno; en cambio la elección decide sobre un rumbo futuro: no se está juzgando pues exactamente lo mismo, por lo que la comparación no es idéntica en sus sujetos.
Una segunda explicación, más potente, refiere al tipo de liderazgo de Lacalle Pou. Su presencia permanente y su contacto directo con la gente refiere a un estilo que podría calificarse como de superintendente, es decir, alguien cercano como lo son todos los intendentes del Interior y que, por eso mismo, son en general muy bien valorados. El presidente está, es accesible, no rehúsa el contacto y de esta forma demuestra en su cotidiano que es uno más en el país del “naides es más que naides”. Eso, que obviamente se traduce en una buena imagen personal, de ninguna manera es automáticamente traspasable a nadie electoralmente. Por el contrario, es un valor propio, y se diferencia claramente de la elección de un elenco político cuyo líder electoral no fue Lacalle Pou.
Una tercera razón atañe a dimensiones electorales que dañaron las chances de la Coalición Republicana. El tema es amplísimo, pero baste señalar aquí al menos tres asuntos: a fines de 2023 la interna blanca ya estaba totalmente desbalanceada, y eso le quitó dinámica de competencia; el debilitamiento en la imagen exterior y el desorden interno de Cabildo Abierto, disminuyeron a un sector de frontera clave con relación a la adhesión frenteamplista; y finalmente, la fórmula blanca presentó flaquezas que, por cierto, fueron harto señaladas. Así las cosas, la gente separó el liderazgo de Lacalle Pou por un lado, de esta oferta coalicionista concreta por el otro.
En cuarto lugar, atado a lo anterior, estuvo la propuesta de Orsi. Nunca la izquierda agradecerá lo suficiente la torpeza blanca de haber dejado crecer el lío de vaudeville de aquella denuncia falsa de índole sexual contra el precandidato Orsi: tal circunstancia permitió al hoy presidente electo mostrar al Uruguay entero su templanza y su frialdad, es decir, parte de las características necesarias para ser un buen presidente. Un candidato así, que además procuró evitar los extremos y adherir a una estrategia de racionalidad en cuestiones claves de gobierno -ahí el papel de Oddone fue fundamental-, permitió a miles de uruguayos que valoraban bien a la administración Lacalle Pou votar tranquilos al Frente Amplio de Orsi.
Finalmente, la razón más obvia que ayuda a develar el misterio: Lacalle Pou no fue candidato a presidente en 2024, y la historia muestra que los liderazgos excepcionales son irremplazables. Así de sencillo.