Todos los países tienen intereses. La diferencia esencial es que mientras que las grandes potencias cuentan con el poder económico y militar para imponerlos, los demás países, solamente cuentan con el Derecho Internacional y su diplomacia para tutelarlos. Comenzando por el interés fundamental de defender su soberanía e integridad territorial.
La agresión pura e injustificada por parte de una de las grandes potencias miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas -Rusia- contra su vecino más pequeño, Ucrania, pone en peligro los principios básicos de Derecho Internacional que deberían regular las relaciones entre los Estados. Los mismos principios que protegen nuestra existencia como Estado independiente.
Para muchos, una de las principales bajas en el conflicto ha sido el sistema mismo de las Naciones Unidas. Lo que recuerda el comentario del famoso diplomático árabe: cuando se enfrentan dos potencias pequeñas, las Naciones Unidas intervienen y pone fin al conflicto; cuando se enfrenta un potencia pequeña con una de las grandes, entonces las Naciones Unidas intervienen y ponen fin a la potencia pequeña; finalmente, cuando chocan dos grandes potencias, bueno, entonces desaparecen las Naciones Unidas.
Es una visión de realismo extremo. Por suerte la realidad no es tan así.
Tanto en la Carta de la organización como en su funcionamiento, existe una tensión permanente entre las realidades de la política del poder y los grandes principios. Ello se refleja en la coexistencia de la institución del derecho de veto de los miembros permanentes en el Consejo de Seguridad y el funcionamiento más democrático en la Asamblea General.
La parálisis en el seno del Consejo de Seguridad, debida a la interposición del veto por uno de los miembros permanentes, significa que no se puede aplicar el Capítulo VII de la Carta. Pero, a falta de medidas obligatorias, ha tomado forma el procedimiento en la Resolución sobre acción para la paz que permite a la Asamblea General considerar ese tipo de asuntos. Aunque es cierto, con la debilidad (o la prudencia) de que no puede emitir resoluciones obligatorias.
Y la Asamblea General está actuando con gran responsabilidad (a ello se suman las acciones emprendidas por otros organismos y agencias, incluyendo la Corte Internacional de Justicia).
Uno de los méritos de las Resoluciones aprobadas por la Asamblea General es cristalizar y hacer evidente cual es la opinión de la comunidad internacional sobre determinado asunto.
La primera Resolución condenando la agresión rusa, aprobada pocos días después del ataque, contó con 141 votos a favor, cinco en contra y 35 abstenciones. Desde entonces se han aprobado cuatro Resoluciones importantes con mayorías que han variado de un caso al otro, pero, en todos los casos, con un amplio predominio de los votos condenando a Rusia.
La más reciente, aprobada al cumplirse un año de la invasión, fue aprobada por 141 votos a favor, siete en contra y 32 abstenciones. Este último grupo de países incluyó a China. No es un dato menor.
Vivimos en un mundo imperfecto y la mejor estrategia es defender a las Naciones Unidas y los derechos que representa. A pesar de sus debilidades.
Lo más realista, para un país como el nuestro, es defender los principios y normas en la Carta de las Naciones Unidas.