Desde tiempos inmemoriales la Política ha estado impregnada de historias. Realistas a veces, más novelescas otras, y está bien. Es parte de la construcción de una visión, y para ello los elementos de índole pseudo literario son por demás funcionales a ese fin.
Pero el límite está en la infamia, cuando esa construcción carece de honra, crédito o estimación.
En la antigua Roma, cuna de nuestro Derecho, existía la “infamia iuris”, que era una situación que se daba como consecuencia de ser procesado en juicio por haber obrado dolosamente, o haber maquinado engaños de manera fraudulenta a otro. Hoy, mucho tiempo después, persisten actitudes de la misma esencia. Otras aguas, pero es el mismo río.
La política uruguaya no está exenta de actores y actitudes que hacen de la infamia una bandera. Es la intención de construcción de un relato funcional a sus fines, y para ellos evidentemente el fin sí justifica los medios.
Cuando el Frente Amplio habla de que “hay mucha gente pasando hambre” o que “la inseguridad aumentó” hay una estrategia. Clara, definida, metódica y de carácter casi quirúrgico. Las palabras fueron elegidas con precisión y ejecutadas con disciplina. Porque de eso sí saben, hay una evidente acción organizada y disciplinada.
Sale uno, salen dos, salen tres, y todos cantan la misma canción y en el mismo tono. La repetición de términos y argumentos no es casual (¡por favor!) y creer que lo es, sería una ingenuidad imperdonable (y claramente la ingenuidad en Política es pecado).
No es necesario hacer un estudio de Media tracking, alcanza con ver un noticiero con cierto sentido analítico. Actores del Frente Amplio, así como sindicatos y algunos movimientos sociales vinculados a esa fuerza política (no se por qué a esta altura aún nos tomamos el trabajo de enumerarlos como cosas distintas) repiten la misma línea discursiva una y otra vez, con la clara intención de instalar una idea, un clima, una percepción.
Pedían a coro la cuarentena obligatoria y hablaban de la irresponsabilidad del gobierno. Pero el manejo sanitario y económico de la pandemia fue ejemplo en el mundo.
Gritaban monofónicamente que Antel se iba a desmantelar con la portabilidad numérica de la LUC y en los hechos se ha fortalecido.
Daban instrucciones específicas desde ámbitos sindicales para que al unísono todos cantaran el colapso del sistema de salud.
Se abrazaron a la palabra “carestía” desde hace un buen tiempo y la repiten todos, a cada rato y en cada oportunidad. No eligen otras desde su esperable verborragia voluntarista interminable. No, es esa y monopólicamente esa. ¿Por qué usar otra? ¿Por qué apartarse de la estrategia?.
El enfoque narrativo en las ciencias sociales es relativamente reciente, pero cada día más evidente. El relato y su construcción trascendió la lingüística, la retórica, la gramática textual y la narratología. ¿Por qué? Porque desde la capacidad de construir historias convincentes se construye poder y control.
La economista Deirdre McCloskey defendía la idea de que la economía es esencialmente una disciplina narrativa. “No es casualidad -escribía- que la ciencia económica y la novela nacieran en la misma época. El físico Steven Weinberg sugería que los relatos convincentes permitían orientar millones de dólares hacia la investigación. O en otra rama, el Derecho, Anthony Amsterdam expresaba que “la presentación narrativa de los acontecimientos invade los dictados de sentencia”. Es decir, el “Storytelling” no es nuevo, empezó como un arte y hoy tiene cada día más elementos técnicos y científicos. De hecho, autores como James Phelan llegan al extremo de hablar de “imperialismo narrativo”.
Todas estas constataciones empíricas y expresiones anglosajonas brotan de un libro de Christian Salmon llamado “Storytelling. La máquina de fabricar historias”. Lo compré hace un par de años en Madrid, porque me interesaba el fenómeno. Pero en estas últimas semanas la cuestión del relato y su construcción es tan grosera y poco disimulada que corrí raudo a buscarlo en la biblioteca para ahondar y refrescar conceptos con esa sensación de “esto yo ya lo vi”.
Y sí, es evidente, no es nuevo ni original. Lo hicieron otros, y antes de ellos otros más. Solo que a veces se hace con más delicadeza y menos infamia.
Quienes juegan a los estrategas hablan de los perfiles políticos pasibles de la construcción de un relato. En esa batalla se pelean banderas, porque quien las tiene avanza territorio para llegar a la conquista. El Frente Amplio pelea permanentemente por instalar la idea de que el país está mal en materia de empleo (y se suman a su coro los sindicatos amigos) pero la realidad es otra y es que estamos en niveles de empleo mejores que cuando asumió este gobierno. Lo importante son los números objetivos, pero si en la calle hay marchas, paros, manifestaciones con carteles críticos al gobierno parece que la batalla está más en los relatos que en las gráficas.
Esta batalla no es entre el relato y la realpolitik, es una batalla entre hechos y apariencias (que pensándolo bien en estos tiempos es una realpolitik de la ficción). Las redes y las nuevas tecnologías son funcionales al sometimiento de las formas, los ritos y los lugares del debate democrático. Parece importar mas un hashtag que lleve a un trending topic que la verdad.
Vale la pena la reflexión sobre la posverdad, prima hermana del relato construido. Esa que afirma que los datos objetivos tienen menos importancia que las opiniones y emociones que generan.
A decir del propio Christian Salmon: “un increíble atraco al imaginario”. Aunque la pregunta es qué sucede cuando ese imaginario se nutre de relatos infames.