El partido de la Coalición que salió mejor parado fue el Colorado al ser el único que creció. Lo hizo en ancas de un líder joven que se presentó con ese objetivo: renovar el partido y hacerlo crecer. Lo primero lo hizo hasta un punto, lo segundo fue logrado. Sobre esto pretendo reflexionar al continuar con mi serie de columnas poselectorales.
No recuperó el enorme espacio que lo llevó a ser el partido dominante del siglo XX y es verdad que en 2009 Pedro Bordaberry obtuvo un punto más, aunque luego retrocedió en 2014. Aun así, hubo un avance y fue, como ya dije, el único socio que creció.
En cuanto a la renovación, queda mucho camino por recorrer pese a la retórica de su candidato y secretario general. Ojeda en lo personal expresa ese intento renovador, pero no ocurre en todo el partido y menos aún en el sector que encabeza Bordaberry, que reunió a buena parte de lo que sería el “jorgismo” (los seguidores de Jorge Batlle) y que en las internas se aglutinó detrás de Gurméndez. Es un grupo de gente valiosa y con experiencia, pero no precisamente renovadora.
Ojeda le dio impulso al partido, pero necesita afianzar ese liderazgo a veces desafiado por Bordaberry. Sin Bordaberry la votación hubiera sido menor. Con otro candidato, Bordaberry igual hubiera sido el más votado, solo que tanto su sector como todo el partido hubieran sacado menos votos.
Por lo tanto, lo alcanzado por Bordaberry, que tiene enorme mérito, se potenció porque estuvo bajo el paraguas de la candidatura de Ojeda en la que se trabajaba desde mucho antes y que generó entusiasmo en los colorados que venían de la frustración de 2019, cuando se desinfló lo que parecía ser el prometedor liderazgo de Ernesto Talvi. Con Ojeda, la cosa fue diferente.
No es bueno que en un partido que recién inicia una lenta recuperación, se enfrasque en trifulcas internas de poca monta que afectan a su imagen. Entender qué quiere Bordaberry suele ser un misterio.
Tras algunas idas y venidas, los colorados acordaron presentar una lista única para integrar el Comité Ejecutivo Nacional y designar a Ojeda como su secretario general. Esto ocurrió a mediados de diciembre y la ceremonia se hizo con presencia de dirigentes de ambas corrientes e incluso del expresidente Julio Sanguinetti.
Hasta hoy no quedó claro por qué Bordaberry comunicó que no estaría presente. Debió ir.
De Ojeda es bien conocido su entusiasmo, su “garra”, su determinación de hacer crecer a su partido, su convicción coalicionista. Su estilo cae bien y es audaz en el uso de recursos innovadores para llegar a la gente. Pero se sabe poco sobre lo que piensa y qué rol quiere darle al partido. Hay que recordar que en la primera vuelta concentró su campaña en un mensaje simple, por el cual quería convencer, usando los datos de una encuestadora que reflejaba números fuera de la realidad, de que podía ser el candidato coalicionista que iría al balotaje.
No solo intentó generar una expectativa irreal y quedó lejos de ese objetivo, sino que perdió la oportunidad de exponer y desarrollar su visión personal.
Desde la elección de 2004 el Partido Colorado ocupa un espacio acotado en comparación a lo que estaba acostumbrado. Pasaron los años y, si bien creció algo, la situación no cambia: dejó de ser el partido del Estado, el que se despliega mejor desde el gobierno.
En parte eso sucede porque un sector del electorado ve en el Frente lo que antes identificaba en los colorados. No es que el socialismo de tipo marxista que caracteriza a buena parte del Frente sea igual al batllismo, con su corte estatista, republicano y liberal en lo político. Pero una porción importante del país hizo esa relación y se pasó al frentismo.
Esto obliga al partido a reubicarse en un desafío nada fácil. Basta mirar las redes para ver qué sienten esos colorados leales. Insisten en la defensa de un batllismo a ultranza (el de principios del siglo XX) que en estado puro no se adapta al Uruguay de hoy. El batllismo transformó al país de manera tan profunda que ya no es el país que encontró Batlle y Ordoñez en 1903. Por eso necesita reconstruir su mensaje para otra época.
Lo que no puede hacer es ofrecer una propuesta que sea similar al Frente. La curiosa compulsión a acercarse al adversario para sacarle votos nunca da resultado. Entre dos grupos parecidos, el votante opta por la marca original.
Ese es el gran desafío. Corre con la ventaja de que pese a verse reducido, mantuvo una firme estructura partidaria que será fundamental.
Deberá cohesionar las diferentes generaciones para armar su oferta, desde un viejo luchador como Sanguinetti hasta un diputado joven que dejó su impronta como Conrado Rodríguez; desde una actualizada tradición batllista hasta el vigoroso legado de Jorge Batlle.
Cuenta con dos ventajas; un líder joven, audaz, que exhibe frescura y la muy compartida convicción de lo que se haga debe ser en sintonía con la Coalición, porque fuera de ella no hay nada. Aún así, todavía tiene mucho que remontar.