El Censo de 2011 dio como resultado una población residente estimada de 3.390.077 personas; el de 2023, acaba de anunciar que esa cifra preliminar es de 3.444.263. En once años crecimos solo 54.186 residentes. Y detrás de este estancamiento se esconde una revelación política tan grave como negada durante años en el debate nacional.
Hay dos maneras para que crezca la población de un país: que haya más nacimientos que muertes; que haya más gente que llega al país que la que se va. De acuerdo al crecimiento vegetativo (nacimientos-muertes) de los once años completos que van de 2012 a 2022, en cifras redondas nuestra población debiera de haber crecido en unas 82.000 personas. De acuerdo al Censo 2023, en esos mismos once años hubo unas 62.000 personas de origen extranjero que pasaron a residir en Uruguay. Si bien no sé el dato de la cantidad de extranjeros que vivían en Uruguay antes de 2011 y que pudieron decidir partir luego de ese año, por las características demográficas que le conocíamos en función del Censo de 2011 es claro que ellos no fueron muy numerosos. Es razonable suponer entonces que el saldo migratorio internacional de extranjeros fue positivo y en unas 60.000 personas en total entre 2011 y 2023.
¿Por qué crecimos entonces en once años solo 54.000 habitantes, y no 142.000 que es lo que resulta de la suma del crecimiento vegetativo más el saldo migratorio internacional de extranjeros? La respuesta es inequívoca: porque en estos once años hubo un saldo migratorio internacional de uruguayos negativo, es decir que fueron más los uruguayos que partieron a vivir al extranjero que los que volvieron a residir al país, y eso por un total de unas 88.000 personas.
En estos once años hubo un discurso tan hegemónico como sesgado, al que adhirieron la inmensa mayoría de las organizaciones sociales, los académicos y los periodistas que trataron estos temas sociales-demográficos, que consistió esencialmente en afirmar dos cosas: que Uruguay se había transformado en un gran receptor de inmigración internacional; y que los uruguayos ya no emigraban al exterior como antes. Todo este relato llegó incluso a cambiar la metodología para contar la inmigración; a presentar luego resultados sesgados que eran amplificados por engreídos artículos periodísticos; y a ser dogmáticamente legitimado por la progresía de la academia vernácula y de las aceitosas ONGs filo-ONU.
El Censo 2023 vino a liquidar este tan extendido como mentiroso relato izquierdista.
Primero: en comparación internacional, no hemos sido un país de llegada masiva de inmigrantes extranjeros. El verso ese se acabó. Segundo, los uruguayos siguieron emigrando en la misma proporción que antes: el saldo migratorio internacional total entre 1985 y 2004 (18 años) fue negativo en unas 150.000 personas; y el mismo dato, pero considerando solo uruguayos, fue de unas 88.000 personas entre 2011 y 2023 (11 años).
La diferencia, claro está, es que la cifra de 150.000 personas horrorizaba a los zurditos políticos y académicos: era una forma indirecta de criticar a los gobiernos colorados y blancos de esos años. Empero, ahora, sobre la cifra de 88.000 que rompe los ojos ninguno dice nada: esa es la verdadera revelación política del Censo 2023.