La cumbre de las Naciones Unidas sobre el clima que se celebró en Azerbaiyán [hasta el 22 de noviembre] tuvo lugar a la sombra de la elección de Donald Trump y muchos líderes claves ni siquiera se presentaron. Con pocas expectativas incluso antes de su inicio, la cumbre será testigo de discursos grandilocuentes sobre la necesidad de un gran flujo de dinero de los países ricos a los más pobres.
Poco realistas incluso antes de la victoria de Trump, estas peticiones de billones de dólares son erróneas y están destinadas al fracaso.
El principal problema es que los países ricos, responsables de la mayoría de las emisiones que provocan el cambio climático, quieren reducirlas; mientras que los países más pobres quieren, sobre todo, erradicar la pobreza mediante un crecimiento que sigue dependiendo en gran medida de los combustibles fósiles.
Para conseguir que los países más pobres actúen en contra de sus propios intereses, Occidente empezó a ofrecer dinero en efectivo hace dos décadas. En 2009, la entonces Secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, prometió fondos “nuevos y adicionales” de 100.000 millones de dólares anuales para 2020 si los países en desarrollo aceptaban futuras reducciones de carbono.
El mundo rico no cumplió sus promesas y la mayor parte de los fondos se redistribuyeron y a menudo se clasificaron erróneamente como ayuda al desarrollo.
A pesar de este fiasco, los países en desarrollo quieren ahora más dinero. En 2021, India declaró que ella sola necesitaría 100.000 millones de dólares anuales para su propia transición. Este año, China, India, Brasil y Sudáfrica acordaron que las naciones ricas deberían aumentar su financiación “de miles de millones de dólares al año a billones de dólares”.
Todo esto ya lo predijo en 2010 el economista del Grupo de Expertos sobre el Clima de la ONU, Ottmar Edenhofer: “Hay que liberarse de la ilusión de que la política climática internacional es política medioambiental”. En su lugar, “estamos de facto distribuyendo la riqueza mundial a través de la política climática”.
Pero es difícil sacar miles de millones, y mucho menos billones, de un mundo rico que tiene sus propios problemas. Inteligentemente, los activistas y muchos países en desarrollo han reformulado la razón de estas transferencias achacando los costos de los daños climáticos a las emisiones del mundo rico y solicitando compensaciones por “pérdidas y daños”.
En realidad, se trata de una afirmación poco meditada, ya que los daños causados por huracanes, inundaciones, sequías y otras calamidades meteorológicas han disminuido en términos de porcentaje del PBI mundial desde 1990, tanto en países ricos como en los pobres. Las muertes por estas catástrofes se han desplomado.
Pero este cambio de enfoque, y de nombre, es una buena forma de aumentar el pedido. En la cumbre del clima del año pasado, los políticos acordaron crear un fondo de “pérdidas y daños”, que acaba de ponerse en marcha. El organismo de la ONU encargado del cambio climático calcula que generará un flujo para los países más pobres del orden de 5,8 a 5,9 billones de dólares de aquí a 2030. Otros hacen estimaciones aún mayores, como entre 100 y 238 billones de dólares para 2050.
Algunos activistas sugieren que Occidente debería recaudar 2,5 billones de dólares anuales para poner en marcha las reparaciones.
Esto será prohibitivamente costoso para Occidente: la demanda supone un costo de 1.000 dólares o más por cada persona del mundo rico, cada año en el futuro previsible. A esto hay que añadir el costo de las políticas de reducción de las emisiones de carbono del mundo rico, que serán aún más caras.
Una reciente encuesta estadounidense muestra que una abrumadora mayoría rechazaría transferencias tan cuantiosas, y probablemente las mayorías de todo Occidente llegarían a conclusiones similares.
Además, los pobres de todo el mundo luchan contra enfermedades, desnutrición y mala educación, problemas que podrían aliviarse a bajo costo. Es un gran error y una inmoralidad ignorar estos males y gastar billones en proyectos climáticos.
Para colmo de males, el gasto adicional probablemente reducirá aún más la ayuda. Incluso si se pudiera reunir el dinero, es muy dudoso que los billones fueran a parar a los pobres en lugar de a pomposos proyectos de vanidad o a cuentas bancarias suizas.
Por último, las transferencias no anularán el hecho de que los países más pobres siguen necesitando primero salir de la pobreza, impulsando el desarrollo con enormes cantidades de energía, gran parte de la cual provendrá de combustibles fósiles.
Dado que los países más pobres de hoy van a ser responsables de la mayor parte de las emisiones del siglo XXI, el verdadero reto es acelerar el día en que puedan pasarse a la energía verde. Esto no se consigue con enormes indemnizaciones. En su lugar, los gobiernos deberían centrarse en gastar menos, pero de forma más eficiente en innovación.
Gastar decenas de miles de millones de dólares al año en I+D para reducir el CO₂ e innovar el precio de la energía verde por debajo del precio de los combustibles fósiles hará que baje el precio de la energía verde en el futuro, lo que a la larga permitirá que todos los países, y especialmente los pobres del mundo, puedan pasar a la energía verde.
Una propuesta así de sensata es lo que los políticos deberían acordar en las cumbres climáticas de la ONU. Por desgracia, el proceso climático mundial ha perdido el rumbo. Durante la cumbre, la mayor parte de la atención se centró en la necesidad de enormes transferencias de riqueza. Esto nunca iba a ocurrir, incluso antes de la elección de Donald Trump, pero ahora es totalmente irreal.
(*) Dr. Bjorn Lomborg es presidente del Copenhagen Consensus Center y visiting fellow en Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es “Best Things First”.