Romance de Masoller

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DIEGO ECHEVERRÍA
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Casi siempre estas letras que volcamos emanan de la racionalidad, del análisis político reflexivo, del pensamiento profundo. Casi siempre, pero no hoy.

Porque la Política también es pasión, es amor, es mezcla de irracionalidad y romanticismo. Es todo eso y mucho más. Sea del partido que sea, intentar sacarle a la política el elemento subjetivo y afectivo es un ejercicio imposible y casi sacrílego.

En el Siglo XV se hizo popular el romance, poema característico de la tradición española y que se volvió un instrumento para la transmisión de las gestas heroicas, que luego formarían parte de la tradición.

Esas tradiciones forman parte de las identidades, y para cualquier blanco pensar en Masoller es pensar en nuestra esencia más profunda, en nuestros principios, en nuestra razón de ser y en nuestro llamado trascendental. Es decir, además de pensarlo, se siente, y muy hondo.

Por eso este romance no es simplemente una apelación al género literario, es una definición de la vivencia llena de amor en torno a una bandera.

La Batalla de Masoller no es solo una batalla fratricida en el marco de la Revolución de 1904. Esa que quiso ser una última guerra, una “guerra para la paz”, al decir del propio Aparicio Saravia. Fue la instancia que marcó a fuego la historia del país aquel 1º de setiembre cuando hirieron al Cabo viejo, y quien un par de días después, en un fatídico 10 de setiembre, apagara su vida para nacer a la eternidad.

Masoller es, ya en tiempos de paz, la oportunidad para reivindicar el pensamiento de Aparicio Saravia y en cada aniversario de su partida los blancos peregrinamos a Masoller, a abrazarnos, a beber de nuestra historia para entendernos, reconocernos y mirar hacia adelante.

Es una liturgia, llena de romanticismo y principios. Para un blanco, la figura de Saravia es el emblema de valentía y arrojo más grande que uno pueda imaginar. Cerrar los ojos es imaginar ese caudillo gigante al galope recorriendo el frente de batalla, gritándole arengas a sus soldados, a sus “cachorros” como le gustaba llamarlos, para inundarlos de ese coraje que a él le sobraba y que lo impulsaba a arriesgarse convirtiéndose en un blanco (¡qué paradoja!) fácil de dispararle.

Esa valentía indómita es la que da identidad a nuestra colectividad. Pero esa actitud que en términos de estrategia militar podría parecer irresponsable es, al contrario, la más responsable de las acciones de un líder. Ese que no se esconde, que va en la primera línea de batalla (literalmente) y que siente la necesidad impostergable de gritarle a sus hombres que él está firme con ellos, que está dispuesto a darles a ellos y a su causa hasta su propia vida. Eso era y es Saravia, eso era y es Masoller.

Por eso, Masoller es hoy. Porque es una actitud frente a la vida, la de no andar midiendo costos sino entregarse enteros a la causa en la que creemos. Como reflexionara Wilson Ferreira Aldunate: “Que mezquina sería toda la actividad política si midiéramos nuestras actitudes en función de lo que pueda reportarnos en favor o en contra desde el punto de vista electoral. Nosotros tenemos responsabilidades para con la Patria y las vamos a cumplir”.

No es casual que su sector político se llamara “Por la Patria”, palabras que llevaran los gauchos saravistas en las divisas bordadas de sus sombreros. No es casual, es la consecuencia ineludible de una actitud frente a la vida, sin cálculos mezquinos ni aritmética electoral. Es responsabilidad y amor a la Patria. Punto.

Por eso Masoller es hoy. Sin miedos ni evaluaciones de costos ante una impostergable reforma del sistema de seguridad social.

Sin temores a una reforma educativa que el pueblo clama y que no debe ceder ante los agravios de los violentos ni los intereses de los corporativismos sindicales.

Sin reparos ante una batalla frontal contra el narcotráfico y los culpables criminales de desangrar nuestra sociedad a manos del delito.

Masoller es una actitud, rebelde, contestataria, inconformista, valiente. Ayer y hoy. Los campos de batalla cambian, el espíritu no.

Para los blancos, la mística es parte de nuestro folclore. Por eso, en unos días peregrinaremos a ese alejado rincón de la Patria, como cada año, a reafirmar lo que somos. Porque las tradiciones nos construyen y nos definen. Y allá, en esa hermosa vigilia antes de marchar a Masoller, en el Valle del Lunarejo y en torno a un fogón, miles de blancos coincidirán bajo un mismo cielo y el mismo sentir popular. Jóvenes, adultos y los de barba blanca, hombres y mujeres fundidos en el mismo amor a la misma bandera, cada uno a su manera y a su intensidad, como una cuestión de fe donde cada espíritu vibra a su ritmo. Y así cantarán las tantas canciones del folclore nacionalista hasta la madrugada, donde se cubrirán con algún poncho blanco, que será como un abrazo de Aparicio a sus soldados del presente.

Masoller es Saravia, y no porque ahí lo encontrara la bala que se llevó su vida. Sino porque pocos días después de esa batalla vino la paz que él soñara, esa Paz de Aceguá que le diera al país la institucionalidad republicana que merecía. Es imposible concebir un sistema con representación de todos los partidos, con voto secreto y con justicia social sin pensar que ello emanó de esas lanzas saravistas que se elevan desde los albores. Saravia es hoy, porque hoy más que nunca se hacen dogma sus principios, sus pensamientos. Esas palabras que el repitiera en los fogones de sus soldados, en las cartas al Directorio de su Partido, en las cartas a su hermano Basilicio o en la primera línea de batalla.

El saravismo se hace carne cuando un blanco de ley como Luis Calabria renuncia a su cargo en el Ministerio del Interior para no generar la más mínima duda ética. Son las lecciones que dejó Aparicio desde Caraguatá, cuando un 6 de mayo de 1897 le escribiera a su hermano que “La patria es el poder que se hace respetar por el prestigio de sus honradeces y por la religión de las instituciones no mancilladas”. Eso es Saravia hoy, puro y duro.

Son enseñanzas perennes para nosotros los blancos, que sabemos que con postes podridos no se hacen corrales, que lo que se cae es la cáscara y el cerno queda, que si la vaca se mueve no hay quien la ordeñe, pero sobre todo que la Patria tiene que ser la dignidad arriba y el regocijo abajo.

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