Seducción y cortejo

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Esta primavera los uruguayos tendremos una elección binaria: Álvaro Delgado o Yamandú Orsi.

Delgado lidera una coalición de cinco partidos que en primera vuelta sacó 90.225 votos más que la coalición Frente Amplio.

¿Esa diferencia aumentará o el FA logrará descontarla?

Las redes sociales se llenaron de nuevos usuarios llamados “batllistas con Orsi”, “astoristas con Delgado”, etc., que no se identifican con sus nombres verdaderos y tienen muy pocos seguidores. No son creíbles, seguramente se trata de perfiles creados ad hoc para el balotaje.

El Frente Amplio procura especialmente conquistar a los colorados pretendiendo que el “verdadero batllismo” se encuentra en Orsi (como si en Orsi se pudiera encontrar alguna idea concreta).

Nada más errado. Batlle fue un humanista que jamás creyó en la violencia ni en la lucha de clases sino en el crecimiento en armonía de toda la población. Los colorados siempre apuntaron al porvenir y el FA quiere volver al pasado.

También cortejan al wilsonismo y ello es absurdo pues Wilson Ferreira Aldunate nunca apoyó una dictadura y no votaría a partidos que las apoyan. Siempre lo dijo muy claro: “¡Con totalitarios nada, nada, nada!”.

¿Por qué no hablan de sus propios héroes, ¿el Che Guevara, Vivian Trías, Raúl Sendic, Rodney Arismendi…? ¿No tienen suficientes personalidades que recurren a las ajenas?

Esos que se cambian en pocas horas aducen un repentino cambio ideológico, una suerte de epifanía como la que llevó a Pablo de Tarso a cambiarse de religión. En realidad, son personas que ven al partido como a un taxi: sirve para llevarlos al cargo que quieren ocupar y si no los lleva se toman otro.

Según Óscar Bottinelli son muy pocos los que cambian su voto entre las dos vueltas (el politólogo lo llama “swing”) y en todo caso se compensan entre una dirección y la otra.

Si pensamos que el cambio de bando será mínimo, la pecera en la que todas las fuerzas quieren pescar es la de los votos en blanco y la de los partidos chicos. Los votos en blanco históricamente aumentan en la segunda vuelta, de modo que no se inclinarían por ninguno de los dos. El FA apuntó, sin embargo, a los votos en blanco con la papeleta del sí a cambiar en la Constitución la Seguridad Social y prometieron imponer por ley lo que la población les negó en el plebiscito. Es tremendamente deshonesto ignorar la voluntad popular, pero no es la primera vez que lo harían.

Entre los partidos chicos, los votantes más codiciados son los de Identidad Soberana, el partido que obtuvo dos diputados: Gustavo Salle y su hija, Nicole Salle.

El senador Da Silva hizo un intento de acercamiento: afirmó que estaba en contra de la “Agenda 2030” y agregó: “Mi padre no se vacunó”.

Los Salle aseguran que votarán anulado, introduciendo en el sobre ambas papeletas más una hoja firmada de Identidad Soberana. Aspiran a que sus 65.700 votantes hagan lo mismo, pero esos seguidores son impredecibles. Por no decir erráticos, por no decir lunáticos…

¿Cómo hacer para conquistar a esas personas que adhieren a teorías tan extravagantes? Por no decir irracionales, por no decir psicopáticas…

Leyendo el programa de Identidad Soberana veo que plantea derogar la ley de violencia de género y la que despenalizó el aborto, lo cual los acerca más a un candidato conservador. Afirma: “La familia es la base de la sociedad y de la república, el estado debe promover y defender a la familia. La infancia será protegida de abusos socio culturales, la libertad de la orientación sexual solo podrá ejercerse después de los 18 años.” Estas ideas son casi idénticas a las de Cabildo Abierto, que está en la Coalición Republicana.

Por otra parte, el talante de los Salle y sus votantes se parece mucho al de los del Frente Amplio, en el sentido que son en general gente enojada que ve al país peor de lo que está. Que exagera nuestras carencias y no aprecia los avances logrados en este período. Culpa al gobierno de los desastres naturales, como el covid y la sequía. Desconfía de la ciencia y del sistema democrático, al que cree sometido a intereses económicos extranjeros.

¿Podrán nuestros politólogos sondear en las cabecitas de esos votantes?

Por cierto, no es una tarea fácil. Por no decir titánica, por no decir imposible

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