Concluyó la COP 29 de cambio climático en Bakú (Azerbaiyán) con opiniones dispares de los participantes, como siempre ocurre.
No hay que olvidar que en estas cumbres se discute el futuro de la humanidad. No cabe duda de ello.
La amenaza del fenómeno climático en el siglo XXI es una realidad indiscutible, confirmada tanto por el mundo académico a través de sus mejores científicos, como por los hechos que nos rodean. Cada vez resulta más evidente el aumento en frecuencia e intensidad de las olas de calor, sequías, incendios, tormentas, inundaciones, retrocesos de los hielos, aumento del nivel del mar. Sus impactos son enormes sobre la salud y la calidad de vida de las personas.
Es evidente que urge la adopción de medidas valientes e inteligentes entre todos, para revertir el proceso. Y de eso se trata estas COP. Hay que recordar que lo que se acuerda en ellas no es vinculante sino voluntario. Las naciones negocian y se comprometen a adoptar tales o cuales medidas, pero sin que se establezcan sanciones por incumplimiento.
¿Qué se puede destacar de lo acordado en Bakú? Lo primero es que los países desarrollados triplicaron la financiación de ayuda a los países en desarrollo, para enfrentar la crisis climática hasta 2035. De 100.000 millones de dólares pasó a 300.000. Ahora hay que cumplirlo.
Otro rubro donde se lograron avances es en la construcción de un mercado de carbono centralizado por Naciones Unidas, en el cual los países con bajas emisiones puedan vender esos créditos a los que emiten alto. Todos se benefician en pos del mismo objetivo: que la temperatura global del planeta no supere el 1.5 grados centígrados respecto a la era preindustrial. Hoy estamos ya en 1.2 y las señales son muy preocupantes.
Desde luego nadie consiguió lo que pretendía a priori. Pero de lo que se trata al realizar estas cumbres es de reunir a los estados del mundo para discutir problemas en común, y tratar de hallar las mejores soluciones posibles.
Un año atrás se acordó algo clave: encaminar al mundo a abandonar el uso de los combustibles fósiles en los sistemas energéticos, de forma rápida y justa; al tiempo de triplicar las energías renovables.
Como vemos los grandes acuerdos van en la misma dirección: reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, lo que significa impulsar con gran decisión el uso de energías limpias. Pero, al mismo tiempo, ayudar a los países más vulnerables a fortalecer sus capacidades de adaptación al cambio climático.
Si los dineros prometidos se vierten en tiempo y forma, tendrán un alto impacto en la transición limpia que se pretende y el aumento de la resiliencia de las sociedades más frágiles. Hay que decir que esta causa sigue siendo liderada por la UE.
En lo personal entendemos lo difícil que es negociar a escala global, porque todos defienden sus intereses nacionales y sectoriales. Por eso, preferimos valorar los avances que se consiguen, y no despreciarlos a la ligera, porque se esperaba más de la cumbre.
La excelente noticia a compartir es que todas las señales que recibimos apuntan a que la transición hacia las energías limpias es imparable.