Júpiter y la pandemia

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SERGIO ABREU
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El poeta inglés Robert Browning advertía en el Siglo XIX: “Júpiter derriba a los titanes, no cuando se ponen a apilar montañas sino cuando están colocando la última roca para culminar su tarea”. Una sentencia que podría aplicarse hoy a la impredecible pandemia que sacude el planeta.

La primera reflexión en medio de este tsunami sanitario apunta a que el Estado-Nación debe profundizar su condición de garante social. Esto no significa que deba renunciarse a la fuerza del mercado ni proclamar su fracaso, sino hacer necesaria una desactivación de los extremos ideológicos para que el matiz adquiera relevancia.

Hasta las grandes potencias fueron agredidas por un virus que no respeto fronteras y que obligó a los gobiernos, sin distinción de raza, religión, riqueza y poderío militar, a proteger la salud de sus poblaciones. Un virus que doblegó la soberbia de líderes de todas las ideologías, y los llevó cada uno a su modo, a reconocer la fragilidad de la humanidad y de sus ambiciones de transformarse en dioses.

La gobernanza global se ha vuelto huérfana de liderazgos y de reglas comunes, por tanto, la respuesta a esta pandemia se concentra en el sacrificio de cada pueblo ante las medidas que adoptan sus gobiernos. Es lo que explica el planteo de Yuval Noah Harari que al relativizar su diagnóstico del Homus Dei visualiza ahora dos opciones: la primera entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano; y la segunda entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global. La última, una tímida fraternidad universal que comienza a insinuarse.

En el nuevo contexto, los organismos internacionales de crédito han asumido que el 2020 será un año de recesión y que el PIB regional tendrá una contracción aproximada del 1,8%. Por otro lado, el comercio internacional también será afectado debido al receso de la economía china, principal exportadora de bienes hacia Argentina, Chile, Perú, Brasil y Uruguay, entre otros. Mientras tanto, el valor de las exportaciones con ese destino tiende a disminuir aproximadamente en un 10%. En esa línea, el impacto sobre las cadenas globales de valor afectaría básicamente a México y Brasil fuertes importadores de bienes intermedios. Como contracara se produciría una caída en los precios de los productos de la cadena agroalimentaria exportados a China, resultado también de los acuerdos de comercio administrado que esta celebrara con los EE.UU.

Como es de esperar, en nuestra región el virus agravará los problemas de la desigualdad, de las migraciones y del empleo, en la certeza de que las cuarentenas afectarán fundamentalmente a las micro y pequeñas empresas y al trabajador informal. Por otra parte, de su duración dependerá también el aumento de los niveles de pobreza y de pobreza extrema de sus poblaciones. Tanto es así que en varios países de la región los niveles de protección social de los Estados son inexistentes. Así lo confirma la Cepal al concluir que “los sistemas sanitarios latinoamericanos tendrán que luchar contra el virus de forma dispar y con menos recursos que los de los países desarrollados de la OCDE”.

En nuestro caso, el Uruguay siguiendo su constante histórica, recibe el impacto de lo que sucede en el mundo, y en la vecindad. Sorprendido por esta impredecible emergencia sanitaria a pocos días de asumir, el gobierno decidió crear impuestos transitorios, recurrir a un mayor endeudamiento y aumentar el gasto público para aliviar la situación. En otras palabras, los efectos del coronavirus enfrentaron al sistema político a la necesidad de proteger la salud de la población, en especial, la de los sectores más vulnerables de la sociedad.

En conclusión, luego de las medidas tomadas y aprobadas por todas las fuerzas políticas, nadie puede discutir que la situación no da lugar para oportunismos o demagogia; de tal forma, que en coincidencia con lo expresado por el presidente Lacalle, su función de gobernar es incompatible con incurrir en política menuda o partidaria; no solo porque lo mandata la Constitución sino porque es parte de las firmes convicciones que han sido tradición de los gobiernos del Partido Nacional.

La gran interrogante es saber cuánto tiempo llevará esta crisis y en qué mundo viviremos luego. Tampoco se trata de interpretar las tendencias como destino, porque la economía se recuperará una vez superada esta instancia tan especial. De todas formas, como afirma el filósofo francés Jeanne Luc Nancy “se ha puesto en duda una civilización ante una especie de excepción viral -biológica, informática, cultural- que nos pandemiza”. Y que derivado de esta, “los gobiernos no son más que tristes ejecutores de la misma, y desquitarse con ellos es más una maniobra de distracción que una reflexión política”.

En resumen, sin olvidar a Júpiter, en los momentos más difíciles Uruguay ha sabido apostar a la grandeza de sus principales actores políticos. Todo tiene su tiempo. Y los buenos también volverán.

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