Siglo XXI en el Parque Rodó

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Se anuncia que el Tren Fantasma y otros dos juegos del Parque Ro-dó, serán trasladados para dejar libre el área donde hoy se encuentran afincados, en la vecindad del Estadio Luis Franzini. Asimismo, varios locales municipales de la zona, que supieron albergar centros gastronómicos, serán ofrecidos en licitación. En resumidas cuentas, el "progreso" da otro golpe a los rasgos tradicionales del parque, ya vapuleado considerablemente hace pocos años con el recordado escándalo de las concesiones, vivido durante la Administración del Intendente Arana.

Lo de ahora sacude profundamente a quienes el viejo tren fantasma, la antigua rueda gigante, los autitos chocadores, el "pulpo", "el látigo" y hasta la escenificación de la "Flor azteca", los conocimos como episodios inolvidables. Los que alguna vez comimos en sitios como el "Forte di Makalle", vimos por primera vez teatro (atroz pero teatro al fin) en el escenario del lugar y consumimos pizza, fainá y cerveza en el "Rodelú".

Fue justamente el señor Patiño, fundador del "Rodelú" quien una lejana noche de hace unas cuatro décadas, para una nota que este cronista trataba de armar, recordó cómo a principios del siglo XX nació el Parque Urbano diseñado por el paisajista francés Carlos Thays y realizado por otro francés: Carlos Racine. Allí se podía pasear y también comer algunos platos escogidos en sitios como el Forte di Makalle (fundado en 1896). Pero Patiño aseguraba que los grandes cambios sobrevinieron recién después que en 1917, a la muerte de José Enrique Rodó, se le cambió el nombre al Urbano. Más concretamente cuando en 1923 llegó el Circo Sarrasani.

Sarrasani era un alemán que a su circo de Dresden decidió hacerlo viajar por el mundo. En ese periplo, en 1923 desembarcó en Montevideo. Más concretamente en el Muelle Maciel desde donde su "troupe" desfiló hasta el Parque Rodó. En ese lugar se instaló por un largo período (solo interrumpido por su presentación en el Teatro Politeama a comienzos de 1924). "Papagayos amaestrados", "La hamaca de la muerte", "La mujer con barba", "la gorda Lotte" y "la mujer hombre" se incluían en la programación. Todo esto movió a que se instalaran atracciones locales adicionales y asimismo a que se consumieran nuevos bocadillos como los "frankfurters" importados por Sarrasani. Asimismo refrescos del tipo de la gaseosa Bilz, los que irían desplazando al viejo jugo frío de la horchata.

Mi abuela, que había sido una de las escolares que el "Día del Árbol" del 18 de setiembre de 1900 plantaron en el parque cuatrocientos arbolitos, fue quien primero me acercó a la extraña magia de los juegos mecánicos. En primer lugar, el "Tren Fantasma" en cuya fachada se agitaban entonces tres esqueletos de aspecto ominoso y donde resultaba paralizante el recorrido oscuro plagado de sorpresas de terror, incluyendo hilos que emulando largas y pegajosas telarañas, acariciaban desagradablemente a los viajeros. Toda una emoción que a los niños nos dejaba totalmente confundidos cuando el vagón, veloz y traqueteante, emergía otra vez, para cerrar el periplo, frenando bruscamente a la luz del día. Emoción que seguramente ya no brinda a los niños de hoy, fogueados por innumerables horrores contemporáneos, tanto vistos en pantallas como sentidos en su propia vida diaria. Será indudablemente todo un desafío el tratar de inventar un tren fantasma que logre asustar a los jóvenes del siglo XXI. Es más: ¿no será una misión imposible?

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