Siria y la guerra que nunca termina

Compartir esta noticia

Tenía el grado de coronel y el título de ingeniero, pero sus pasiones eran manejar autos de alta gama a gran velocidad y cabalgar a campo abierto y en pistas de equitación. Por eso su estatua en Alepo lo mostraba en un caballo rampante.

Manejando a gran velocidad se mató en 1994 y ahora el monumento que lo mostraba cabalgando fue derribado por los yihadistas suníes que, con una ofensiva relámpago, barrieron de la segunda ciudad más importante de Siria al ejército del régimen de Damasco.

Bassel al Asad era el primogénito del dictador Hafez al Asad y estaba destinado a suceder a su padre, pero aquel accidente generó un vacío cuando, seis años después, murió el creador del régimen encabezado por la minoría alauita. Para que el Partido Socialista Arabe Baaz no se partiera ni los jefes militares dividieran el ejército para luchar por el poder, hubo que recurrir al hermano menor de Bassel: el oftalmólogo Bashar al Asad, quien nunca había mostrado interés por gobernar y se había radicado en Londres con su esposa británica, trabajando en una clínica oftalmológica.

Después de algunos intentos democratizadores, Bashar se convirtió en un dictador como le reclamaba la nomenclatura que rodeó a su padre. Rusia, Irán y Hezbollah lo rescataron cuando la guerra civil estuvo cerca de derribarlo. Los kurdos y los norteamericanos acabaron con el califato de ISIS y, mediante brutales bombardeos que masacraron gran parte de la población, los rusos le devolvieron a Damasco el control sobre Alepo en el 2016.

La ciudad quedó reducida a escombros pero sirvió como base para la recuperación de otras porciones de territorio del norte sirio, cuyo control había estado en manos de grupos ultra-islamistas.

Desde entonces comenzó un cambio de orientación en una de las milicias jhadistas más poderosas. El Jabhat al Nusra dejó de ser el brazo sirio de Al Qaeda y adoptó una posición más moderada, aunque sin renunciar al reemplazo del Estado laico por un Estado islámico donde rija la sharía (ley coránica). Con este paso, su máximo líder, Mohamed al-Golani, logró tener el apoyo de Turquía y es probable que también una conexión secreta con Israel y Estados Unidos. Lo primero es seguro, lo segundo, apenas una posibilidad.

También le permitió sumar otras milicias jihadistas y al Ejército Libre Sirio, que se formó con militares que abandonaron el ejército nacional para enfrentar al régimen.

Así nació el Hayat Tahrir al Sham (Comité de Liberación del Levante), la coalición que lleva años controlando la provincia de Idlib, desde donde lanzó la ofensiva relámpago que hizo desbandar al ejército del régimen, logrando llegar al corazón de Alepo además de ocupar decenas de aldeas en esa provincia del norte de Siria.

Los agentes y estrategas de la mujabarat (servicio secreto de Siria) no parecen haber detectado los planes que urdía Hayat Tahrir al Sham (HTS). Tampoco la inteligencia rusa ni la VEVAK (aparato de espionaje iraní) pudieron anticipar lo que se preparaba en Idlib.

Una de las preguntas que plantea el abrupto resurgimiento de un conflicto que parecía en sus estertores, es si lo sabía Recep Erdogán, o si también el presidente turco fue tomado por sorpresa con la acción de la milicia a la que lleva varios años ayudando con armas, municiones y dinero.

La otra pregunta es por qué ahora, y la respuesta parece estar en Ucrania, en Irán y en el Líbano. En la guerra civil, Rusia socorrió al régimen alauita para conservar la base que tiene en Tartus, su única presencia sobre el Mar Mediterráneo, que le fue concedida por Hafez al Asad a la URSS. Pero ahora tiene todo su poder militar afectado a la guerra en Ucrania.

Probablemente, Volodimir Zelenski envió los drones explosivos que el HTS disparó sobre esa posición rusa y también sobre la base aérea que opera Rusia en el norte de la provincia de Hama.

La vulnerabilidad del régimen tiene, además, que ver con que Irán no está en su mejor momento militar y su brazo armado libanés, Hezbollah, que envió miles de combatientes a pelear junto al ejército de Al Asad contra las fuerzas insurgentes, ha salido militarmente debilitado y con su liderazgo diezmado del último capítulo de su larga guerra con Israel.

No está claro que los jihadistas puedan mantener su ofensiva y avanzar a Damasco para derribar a Bashar al Asad. Es difícil que lo logren. Pero ya derribaron la estatua de su hermano Basel en el centro de Alepo y con eso dejaron en claro que la guerra en Siria aún no ha terminado.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar