Sonríe, o no entras

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Un video que se hizo viral en los últimos días, muestra una cafetería en Madrid cuya particularidad es que la puerta de entrada, automática, solo se abre si el que va a ingresar sonríe. Al ver la pieza, no pude evitar que se me escapara un sincero: ¡qué imbéciles!

La sonrisa no es algo que se pida. Y mucho menos que se exija a cambio de otra cosa. Así que los de la cafetería madrileña van a tener que conformarse con recibir una sonrisa falsa, improvisada por el dueño del rostro para que le dejen entrar y tomar su cafecito.

Las sonrisas genuinas uno no las “hace”. En cambio, surgen espontáneas y reflejan un estado de ánimo. Exigirla a modo de contraseña o llave de acceso es muy woke, muy generación de cristal. Pero negarle la entrada al que no sonríe, es discriminatorio.

No así la canción que causó tanto revuelo tras la Copa América y que tiene a uno de los ídolos de la selección campeona, Enzo Fernández, en el ojo de la tormenta. Por haberla cantado en un video difundido en redes sociales, el jugador ha sido acusado de racismo, recibió máxima condena social y podría ser suspendido hasta dos años por la liga en la que juega, la inglesa.

En los últimos años, la Premier League ha venido dando muestras de ser una organización de lo más bien pensante. Una referencia mundial de la lucha contra el racismo y la discriminación que, en su afán por hacer el trabajo perfecto, no le embocan al arco ni por casualidad. Basta recordar el bochorno que protagonizaron tras aquel “gracias, negrito”, del bueno de Cavani, para entender el punto.

La canción de la hinchada argentina, que afirma que los jugadores de la selección francesa son todos de Angola, es cualquier cosa menos racista. Por el contrario, la letra elogia la habilidad futbolística de los players de origen o descendencia africana y la ubica por encima de la de los franceses. Asegura que Francia necesita a los jugadores africanos para ser un equipo potente. Que sin ellos, no le ganaría a nadie. Es un mensaje preciso pero muy simple: les están diciendo pataduras.

El problema aquí es que los cancerberos de la moral y las buenas costumbres están tan ávidos de material para montar el teatro desde donde ejercer su autoritarismo, que se saltean lo principal: el análisis, libre de posturas dogmáticas, de dicho material. Tarea ineludible que conduce a la comprensión y esquiva el papelón. En cambio, con verdades absolutas y sin matices, la tiranía del pensamiento ejerce presión y desparrama miedo, buscando convertir el mundo real en el que considera ideal o correcto. Un sitio en el cual uno tiene que andar sonriendo aunque se le hayan quemado las milanesas.

Donde si no fingimos creer a pies juntillas que -excepto si está cursando un embarazo- cada 28 días un hombre sangra por la vagina, seremos cancelados por intolerantes. Y donde si no dibujamos una mueca falsa a modo de sonrisa, nos cierran la puerta de los boliches en la cara.

Alguien le preguntó una vez al escritor Roberto Fontanarrosa, qué deseaba para su hijo. A lo que el Negro, que nunca se mostró ofendido por el apodo, respondió: “que sus amigos sonrían cuando lo ven llegar”.

En la sonrisa de los amigos, muy distinta a las que debe recibir la cafetería madrileña, está lo que queremos decirle.

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