Tan absurdo como aterrador

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Qué es más grave? ¿Que el régimen chavista haya ordenado la detención de Edmundo González Urrutia, o que Nicolás Maduro haya decretado que la navidad en Venezuela será el primero de octubre?

Sin duda es gravísima la orden de detener a González Urrutia, cuya única verdadera “culpa” es haber vencido de manera abrumadora a Nicolás Maduro en las urnas. Acusar a ese hombre con 75 años que parecen bastantes más, que irradia mansedumbre y que tiene una carrera diplomática impecable, sin una sola mancha en su historia personal, evidencia el nivel de descaro con el que actúa el régimen. Resulta delirante declararlo responsable de los asesinatos cometidos por la represión policial y por las fuerzas de choque del chavismo. El país entero vio como se produjeron esas decenas de muertes y también las redadas con detenciones masivas y con secuestros.

Poner tras las rejas a un hombre decente, será para el régimen cruzar una línea roja. Semejante trasgresión podría detonar protestas masivas como las que en la década pasada dejaron centenar y medio de muertos por la represión, o podría detonar acciones internacionales más determinantes para poner fin a la oprobiosa dictadura que quiso posar de democrática simulando una elección.

Por las peligrosas consecuencias que tendría para la salud de González Urrutía y por la sangre que podría hacer correr el régimen si transgrede esa línea roja, parece más grave la orden de detención librada por el brazo judicial del régimen que el adelanto de la navidad al primero de octubre que estableció por decreto Nicolás Maduro. Sin embargo, aunque provoque risas, el anuncio desopilante que hizo el fraudulento presidente resulta más inquietante y oscuro que gracioso, aunque la noticia causó risas y hasta carcajadas.

Sucede que cuando un dictador ingresa a la dimensión del absurdo y arrastra consigo a la sociedad que lo padece, su dictadura puede haber cruzado el umbral del totalitarismo.

El absurdo es uno de los rasgos del totalitarismo, pero también es un rasgo de las dictaduras caribeñas del siglo 20. En ese rasgo delirante de las tiranías latinoamericanas, con déspotas que embriagados de poder imponían sus caprichos más burdos y grotescos, se inspiró el personaje de comedia que encarnaba Alberto Olmedo en la televisión de mediados de los ochenta: El Dictador de Costa Pobre.

Los desvaríos de los tiranuelos caribeños inspiraron también a Woody Allen para escribir, dirigir y protagonizar “Bananas”, la película de 1971 que retrata la metamorfosis de un neoyorquino que, de manera rocambolesca, termina encabezando una revolución en la “republiqueta bananera” de San Marcos y, rápidamente, se convierte en un dictador que toma decisiones absurdas y pronuncia discursos delirantes.

No sólo la comedia retrató el rasgo surrealista de las dictaduras latinoamericanas. La Literatura también lo hizo a través del cubano Alejo Carpentier y del colombiano García Márquez, entre otros escritores que cultivaron el realismo mágico.

Pero en la realidad, los ridículos dictadores caribeños no son graciosos, sino nefastos y tan criminales como los totalitarismos, que son la dictadura absoluta.

Experto en distraer a los venezolanos y al mundo sacando cartas de la manga, que un día puede ser la anexión del Esequibo, y otro día el “descubrimiento de que el imperialismo le inyectó el cáncer al comandante”, Maduro quiso dar vuelta la página de su abrumadora derrota en las urnas y de su fallido intento de fraude, para descomprimir una sociedad que parece a punto de explotar. ¿Cómo lo hizo? anunciando que Venezuela recibirá “al niño Dios” el primero de octubre.

Parece gracioso, pero no debiera causar gracia sino aterrorizar. En definitiva, si un dictador es capaz de decir que se le apareció Chávez reencarnado en un pájaro y de adelantar por decreto la navidad, entonces es capaz de cualquier cosa.

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