Tiempos difíciles

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Nunca en la historia de la humanidad, un solo personaje ha hecho tanto, en tan poco tiempo, para demoler el orden construido sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial (con disculpas a W. S. Churchill). Esta es una primera reacción ante las hazañas perpetradas por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en las semanas que lleva en la Casa Blanca. Sin embargo, el asunto es más complicado.

Trump puede actuar de esa forma porque tiene el respaldo de una opinión pública, en el Congreso y en la Administración que lo respaldan. Encarna una cultura aislacionista que siempre ha existido y que ha sido influyente en varias épocas. Para mencionar dos ejemplos: el rechazo de la propuesta del presidente Wilson de formar parte de una Sociedad de las Naciones, cuando este retornó de la Conferencia de Versalles, y la oposición de los esfuerzos de Roosevelt para respaldar las democracias en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial.

Después de 1945, y como resultado de las lecciones aprendidas, los Estados Unidos adoptaron el papel de liderazgo y contribuyeron a construir un orden político global fundado en una estructura de acuerdos e instituciones internacionales que abarcaron los temas políticos (caso de las Naciones Unidas con su Consejo de Seguridad y la Asamblea General), económicos (Bretton Woods, 1944, y GATT, 1947), sociales y de ayuda internacional (UNRRA), y militares (OTAN).

Es cierto que ese sistema era imperfecto y que no faltaron excepciones.

Pero, la construcción de un orden jurídico internacional fundado en valores, principios y normas continuó. Se produjo el proceso de descolonización. La Asamblea General de las Naciones Unidas, a pesar de que sus Resoluciones solamente tienen un efecto declarativo, impulsó la construcción de un nuevo Orden Económico mundial con avances muy concretos (por ejemplo, en el caso de los mares y océanos).

El mejor momento (¿y el principio del final?) de esa era fue la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989. Alemania se reunificó en 1990. El año siguiente se produjo la disolución de la URSS. Fue el fin de la Primera Guerra Fría. La Gran Ilusión de que Rusia abriría una nueva etapa de amistad en sus relaciones con Occidente fue una idea poderosa y conveniente.

Poderosa, porque se fundaba en el secular mito de que el desarrollo del libre comercio y la complementación entre los mercados haría imposibles las guerras y conduciría a la paz y armonía universal. Conveniente, porque dio a los gobiernos de los países de Europa una falsa confianza que los llevó a concentrar sus limitados recursos en desarrollar sus estados de bienestar. Para ello redujeron sus presupuestos militares y se confiaron en la seguridad que ofrecía el escudo nuclear de los Estados Unidos. Duró poco.

La breve, y efímera, primavera democrática comenzó a marchitarse con el inicio de una la expansión rusa en varias regiones limítrofes. La más importante fue la primera agresión a Ucrania (2014). Nos hallamos en una segunda Guerra Fría.

La intención declarada de Rusia es recuperar su área de influencia. El problema es que los países antes subyugados por la URSS no tienen ningún interés en ser dominados por Rusia. Y están dispuestos a luchar por su recién recuperada libertad e independencia. Tienen todo el derecho.

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