La cámara de Diputados (aún falta el Senado) votó una ley que obliga a los sindicatos a tener personería jurídica, algo que ya habían intentado otros gobiernos, incluso frentistas, sin suerte.
Hasta los sindicatos saben que es lo que corresponde y por eso llamó la atención que el Frente Amplio no votara dicha ley.
Algunos sugirieron sumar a esa ley una norma que estableciera que el voto en las asambleas sindicales fuera secreto. La idea quedó en eso, una idea.
Esto causó enojo en algunos sectores y votantes. Si estaban en el umbral de la puerta, si solo había que agregar un artículo más, ¿porque no se hizo? ¿Para que se ganó la elección de 2019 entonces?
Sin embargo es inevitable preguntarse si realmente se ganó la elección o mejor aún, ¿quién la ganó?
Si se desglosan los votos de los integrantes de la coalición, partido por partido, y se hace lo mismo con los votos de cada grupo y partido del Frente Amplio, la conclusión es obvia: nadie ganó la elección por goleada. Tomados por separado, quien sacó más votos fue el Partido Nacional y apenas si raspó el 30 por ciento.
Esto muestra que este es un país en donde no hay unanimidad. No la hay en la coalición multicolor ni tampoco en el Frente Amplio. Y eso sucede porque así vota la gente. Si la ciudadanía en su conjunto hubiera querido una transformación radical y profunda en una serie de temas, le hubiera dado una mayoría abrumadora a un único partido que expresara esas aspiraciones. No lo hizo.
Por lo tanto, quienes se quejan de que el gobierno es tibio, que las medidas que toma, si bien necesarias, no son suficientes, tendrá que conformarse con lo que hay porque así lo dispuso el soberano.
En octubre y noviembre del 19, una mayoría, ajustada en la segunda vuelta, votó por sacar al Frente Amplio del gobierno, apoyando a una coalición de cinco partidos, cada uno con sus propias agendas y aspiraciones.
Al existir dos coaliciones que recogen cada una la mitad del electorado y estas a su vez están integradas por grupos diferentes entre sí, no se puede esperar que un único presidente, por su sola fuerza haga lo que quiera.
Esto enlentece los procesos de cambio (a veces hasta niveles exasperantes) pero no es del todo malo que así suceda. Ocurre en toda democracia que se precie de tal.
Aún así, importa que la coalición de gobierno ajuste su funcionamiento a esta realidad. A diferencia del Frente Amplio, es mucho más flexible y es bueno que sea así. Si se hubiera dado a si mismo un funcionamiento más rígido desde el comienzo, quizás nunca hubiera funcionado.
Eso lleva a que cada tanto surjan sorpresas o que ciertos pasos se den solo a medias (como en este caso). La coalición le da al gobierno un perfil de centro derecha, liberal en lo político y abierto pero no del todo liberal en lo económico, lo cual para Uruguay es mucho decir.
A veces el Partido Independiente presiona más a la izquierda pero su limitado peso electoral hace que tenga claro cual es su márgen de maniobra en una coalición compleja y sabe jugar con esas reglas.
El Partido Colorado también sabe jugar y marca pautas al respecto. Aún así, el sector Ciudadanos tiene a veces salidas desconcertantes, muchas veces de fuerte tono dirigista, lo cual es llamativo si se tiene en cuenta que su fundador, Ernesto Talvi, fue un consecuente liberal en lo económico.
Más desconcertante aún es Cabildo Abierto, porque es todas las cosas a al vez: populista, defensor del orden, dirigista a veces y liberal otras, anticomunista y desconfiado de la izquierda radical pero capaz de acordar justamente, con esos grupos.
Pese a esas diferencias y a la necesidad de marcar una identidad propia por parte de cada socio, en muchas cosas se pusieron de acuerdo y obtuvieron resultados.
El proceso de discusión y aprobación de la Ley de Urgente Consideración, y ahora la campaña para su defensa ante la convocatoria a un referéndum para ver si se deroga o no, muestra una coalición unida en lo básico. Mientras eso sea así, el gobierno gozará de estabilidad y podrá ir haciendo los cambios necesarios. Con parsimonia, es verdad, a la uruguaya, algo que a algunos tanto nos enoja.
Vuelvo entonces a lo del principio. Basta ver el mapa electoral, los resultados de las elecciones, para comprobar la enorme diversidad de visiones políticas que hay, algunas profundas, otras tan solo de matices.
Los sectores más extremos de izquierda le reprocharon al Frente Amplio no haber sido más radicales en los cambios. Pero eso nunca hubiera podido ocurrir. Para gobernar el Frente necesitó transar y ceder.
Hoy los sectores más extremos de la derecha presionan en similar sentido al gobierno. Quieren cambios drásticos, son intransigentes. Sin embargo, si el gobierno mide su pasos, aún manteniendo la clara dirección que tomó, es porque entiende cuales son sus límites. Sabe donde meter presión y cuando aflojar.
Así es, en definitiva, el arte de hacer política en una democracia donde la unanimidad nunca existe.