¿Transaccional o emocional?

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La realidad es la única verdad, decía un ilustre gallego.

Vaya si es cierta dicha aseveración. Pero resulta muy difícil apreciar la realidad en forma objetiva. Generalmente -mucho más en los tiempos que corren- a la realidad no se la analiza objetivamente, sino emocionalmente.

Es un signo de esta época que nos toca vivir. De los decadentes albores del siglo XXI. Hemos dejado de ser recios y valientes como fuimos hasta hace muy poco, para ser sosos, apabullados, cobardes y blandengues.

El Duque de Edimburgo nos dejaba clara evidencia de eso al referir sobre su experiencia bélica durante la Segunda Guerra Mundial, comparándola irónicamente con la de los soldados de la actualidad: “No teníamos a psicólogos corriendo preguntando “¿estás bien?”, cada vez que disparábamos”, decía...

No le faltaba razón, es verdad que la piel se nos ha puesto finita, y somos muy poco resilientes. Y en este mundo hipercontectado la comunicación se ha vuelto un arma letal en las relaciones humanas.

Hay que comunicar bien, y para hacerlo, hay que entender a este mundo de flojos y saber preparar muy bien un coctel que combine lo objetivo con lo emocional. En la habilidad que emplee el actor en la configuración de dicho blend estará la receta de su éxito. La globalización ha devaluado las identidades. Por esto resulta vital para las personas, las familias, las empresas, para el país todo, potenciar nuestra identidad. Y mucho más mirando nuestros alrededores.

Debemos potenciar nuestra patria, haciendo hincapié en lo objetivo, y también en lo emocional. Tenemos que estar atentos a la manipulación de las percepciones.

Hoy parecería que aquello que fue el cerno del discurrir por este planeta -lo transaccional- se ha vuelto mala cosa. Debemos vindicarlo. Debemos volver a desarrollar nuestro poder transaccional buscando un equilibrio con aquello que nuestra nación hoy ha incorporado de emocional.

Con China, con Estados Unidos, con nuestros vecinos, de nada nos servirá nuestra cara emocional. En los albores de un nuevo gobierno -al que hay que darle crédito- debemos insistir en que el mismo ponga el foco en lo meramente transaccional.

Sin miedo. Metiéndole cabeza al corazón. Esforzándonos por entender -todos los orientales- la necesaria distinción entre retórica y realidad.

Y la gran brecha existente entre la expectativa y la realidad.

La tecnología nos ayuda en forma maravillosa a saltarnos pasos que a fines del siglo XX eran impensables.

Uruguay tiene todo el potencial. Pero debemos evitar la polarización.

Esquivar la polarización que nos divide, que nos debilita, y en este mundo cada vez más cerrado, cada vez más difícil, entender que el rol de un país como el nuestro es el de evitar también la polarización para afuera.

No tenemos por qué ser una nación de flojos, podemos ser una nación de hombres recios, que encaren con determinación la época que toca, y que continuando con el trabajo en la senda ya abierta, le devuelva al Uruguay ese carácter único, de país ejemplar, modelo de institucionalidad y Estado de Derecho que siempre fue.

Un ejemplo por cierto, que la comunidad internacional reclama.

Un modelo transaccional.

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