El año que viene se cumplen tres siglos del puerto de Montevideo.
Aunque, como sucedió con el pequeño pueblo de San Felipe de Montevideo, no existe un acta ni ninguna otra constancia formal de su fundación, el sector de la costa Norte de la península entre lo que hoy son las calles Treinta y Tres y Juan Carlos Gómez, era conocida como la “ribera del Puerto” desde el mismo inicio. En cambio, existe un amplio acuerdo en que recién puede hablarse de una ciudad a partir de la llegada de sus primeros habitantes, en 1726 (o incluso, desde el reparto de los padrones, cuatro años después). Entonces, primero tuvimos un puerto y después la ciudad.
Fue un puerto humilde frecuentado principalmente por las lanchas del río que traían desde Buenos Aires, personas, suministros y materiales para las primeras construcciones de la ciudad. La costa era difícil, protegida por un muro de rocas con algunas pocas ensenadas donde una playa arenosa permitía desembarcar con cierta seguridad. Una de ellas era la ensenada del Puerto Chico, el embrión del puerto actual.
Los buques de mayor calado fondeaban a cierta distancia, donde lo permitía la naturaleza del fondo, la profundidad, los vientos predominantes, la marejada que entraba por la boca de la bahía y el contorno de la orilla. Otra consideración era la distancia que los separaba de los Pozos del Rey, la principal fuente de agua dulce en la playa de la Aguada. Esta era una prioridad, si consideramos que el viaje desde Cádiz podía tomar cuatro meses de navegación.
Ese primer puerto tuvo una actividad muy limitada durante décadas. ¿El motivo? La legislación española que limitó celosamente la navegación y el comercio con el Río de la Plata, en un vano intento por contener el contrabando, hasta la década de 1760. Entonces, el rey Carlos III introdujo una serie de reformas que abrieron los puertos de Buenos Aires y Montevideo al comercio libre con un creciente número de puertos habilitados en España y en las demás posesiones españolas en América (como, por ejemplo, el puerto de La Habana). El resultado de esas medidas de política marítima y comercial fue cambiar el eje del comercio legal español en el Cono Sur, de estar dirigido al océano Pacífico a verterse directamente al océano Atlántico.
Los resultados de la habilitación de los puertos de la capital del nuevo Virreinato y de Montevideo causó el rápido desarrollo económico de la región platina fueron impresionantes. Los embarques de cueros del puerto de Montevideo pasaron de 5.197 cueros en 1768 a 585.518 cueros en 1783. A estas exportaciones se sumaban los cueros que llegaban en las lanchas del río desde Buenos Aires. En los períodos pico, el puerto de Montevideo embarcó más de un millón de cueros en un año. Con el tiempo se sumaron otras exportaciones agropecuarias, como los cargamentos de tasajo y de carne salada.
Las autoridades de Montevideo y sus vecinos hicieron esfuerzos para mejorar las facilidades para el manejo de las cargas, incluyendo la construcción de dos muelles de piedra. Los primeros en el río.
El desarrollo de la Banda Oriental durante el período español fue un desarrollo hacia afuera y dependió del puerto de Montevideo.
Por eso, parecería razonable pensar que, en esta primera etapa, la secuencia del desarrollo fue: puerto, pradera y nación. Algo que no ha cambiado tanto desde entonces.