Cuando la realidad que está a la vista de todos es claramente diferente a la realidad que describe el discurso del líder, es señal de que se avecinan tiempos oscuros.
Trump diciendo que con él comienza “la edad de oro de Estados Unidos” y describiendo todo lo anterior a él como un desastre absoluto, oculta la realidad que está a la vista del mundo entero tras una postal de fracasos y derrotas.
El “relato” del presidente norteamericano describe a la superpotencia mundial como si no fuera la cima del desarrollo económico, que ganó las guerras mundiales del siglo XX, se impuso en la Confrontación Este-Oeste, triunfó en la carrera espacial, batió récords de innovación científica y tecnológica, creó la sociedad más opulenta del planeta y generó la industria artística y cultural que inundó el mundo con su talento y creatividad.
Por cierto, el inmenso éxito que, con liberalismo y con keynesianismo, tuvo el capitalismo estadounidense, convive con guerras, mafias, magnicidios y flagelos como las drogas. Pero que la democracia liberal con la que nació Estados Unidos lo llevó a la cúspide del liderazgo económico y tecnológico es una realidad evidente.
Las paradojas descomunales deben ser señaladas. Muchos que ven claramente el mesianismo ridículo de Nicolás Maduro, aplaudieron a Trump cuando dijo “Dios me salvó para que hiciera grande a América otra vez”, y cuando declaró “Día de la Liberación” al 21 de enero, día del inicio de sus funciones.
Si no es deformar la historia usar de ese modo el nombre que se dio en 1865 al día de la abolición de la esclavitud, la lógica democrática ha muerto.
El fraude grosero que perpetró Maduro el 28 de julio con la elección en la que había sido abrumadoramente derrotado, es la versión exitosa de lo que intentó Trump con las turbas extremistas que lanzó contra el Capitolio, para impedir la certificación legislativa de su derrota.
Si quedaba alguna duda de que fue el responsable de lo que ocurrió aquel trágico 6 de enero, el indulto a los autores materiales la elimina totalmente. Por una vía inversa, se pareció al Fidel Castro de 1959.
Ni bien derrocó a Fulgencio Batista, Castro dio la primera señal de que a la dictadura caída la sucedería otra dictadura: la anulación del juicio que absolvió a los pilotos acusados de bombardear campamentos rebeldes y aldeas campesinas en la Sierra Maestra.
Los pilotos alegaron haber desobedecido la orden de sus jefes lanzando las bombas de sus aviones en el mar, para luego regresar a la base y simular una misión cumplida. Al no obtener pruebas que demostraran lo contrario el tribunal los absolvió. Pero el comandante comunista repudió el veredicto, ordenó un nuevo juicio y los hizo condenar sin pruebas.
Lo mismo hizo Trump, aunque por la reversa y sin violar la ley porque los presidentes tienen derecho a indultar. En el acto de asunción, todos aplaudían al deportador masivo de pobres, que también es un indultador en masa de violentos golpistas que actuaron bajo su influjo. Una paradoja que le tuerce el brazo al sentido común.
En cambio, su discurso en el Foro Económico de Davos fue lógico y claro. Apuntó al centro de lo que le propone al empresariado global y explicó por qué, en su opinión, la idea es beneficiosa para las empresas y para el Estado norteamericano. Para eso es el Foro de Davos. Allí, los protagonistas del mundo empresario y los estadistas hablan de economía. En cambio el presidente argentino volvió a desperdiciar la oportunidad por apostar a “su éxito político”, dando rienda suelta a su exacerbado ultra-conservadurismo.
Se equivocó. Su agresiva exhibición de desprecio a varias minorías no fue bienvenida. En vez de hablar de economía, Milei atacó a homosexuales, a feministas, a ecologistas, a los que alertan contra el cambio climático, a los “woke” y a todo lo que no encaje en el conservadurismo recalcitrante que profesa con ostentoso fanatismo.
Lo que hizo Milei fue exhibir desprecio a la cultura democrática occidental forjada en el siglo XX. Hubo gestos de estupor en la sala. Algunos parecían no creer que un presidente que se auto-percibe liberal equipare la homosexualidad con la pedofilia.
No hay que descartar que las sociedades empiecen a despertar a tiempo y reaccionar contra las incursiones del “relato” en la dimensión del absurdo y los señalamientos horribles.
Si eso ocurre, los discursos delirantes y crueles dejarán de dar rédito político.