Cuando se desmembraba la URSS surgió la gran preocupación. ¿Que podría pasar con todas las armas atómicas esparcidas por el imperio? Existía el peligro de que tentados por codicia o ideologías, algunos militares o gobernantes de las incipientes repúblicas fueran a vender ojivas termonucleares a ciertos países o peor aún, a organizaciones terroristas. Para impedirlo se montó un importante esfuerzo.
En Ucrania se hallaba el 40% del armamento nuclear soviético. Se montó un esfuerzo común entre las potencias nucleares (EEUU, GB, Francia) y el arsenal en Ucrania fue concentrado en Rusia. En Budapest se firmó (1994) un pacto de entendimiento en el que Ucrania accedió a entregar las atómicas recibiendo a cambio, una garantía por parte de Rusia, EEUU y GB (Francia se abstuvo) de inviolabilidad de su frontera. Papel mojado.
Hoy el peligro de una guerra mundial con el evidente riesgo del uso próximo o lejano de armas nucleares, parece algo más distante. El panorama actual debería ayudar a la negociación de un armisticio y un eventual tratado de paz que llevará un tiempo. Pero los términos no lucen auspiciosos para Ucrania, en buena medida, por la impronta que le ha dado Donald Trump al tema.
Anteriormente Biden, Harris, Blinken y Sullivan parecían desorientados. Los últimos viajaban de un lado a otro, dando la impresión de no saber cómo seguir adelante. Putin, impávido, seguía machacando y amenazando. Sus tropas y sus aliados (norcoreanos) siguen avanzando lentamente de acuerdo a su doctrina militar, con escaso reparo en el costo de vidas humanas.
Los ucranianos por su lado, con menos personal, medios y constreñidos por las imposiciones de sus proveedores, les hacen frente mientras los bombardeos matan a diestra y siniestra, destruyendo sus viviendas e infraestructura.
Putin mientras tanto, esperaba el resultado de las elecciones en EEUU y el cambio de mando, hasta que el hecho se produjo y hubo un abrupto viraje del clima político.
El apoyo norteamericano a largo plazo para Ucrania (“for as long as it takes”) se esfumó. El liderazgo del presidente Zelensky fue cuestionado, insinuándose que actúa sin mandato. (Las elecciones ucranianas se suspendieron por la guerra). Luego fue retado en público (en TV) en el salón oval y mandado a casa.
Sin duda fue torpe cómo Zelensky se acercó a la nueva administración en Washington. Haber sabido que hablar con la oposición “enemiga” de Trump lo llevaría a mal destino. Debió agradecer enfáticamente lo ya hecho por los EEUU, y acceder a negociar en forma “positiva” aunque no le gustase el tono de su nuevo interlocutor. Alguien que tiene pocas pulgas y un gran ego. Sin embargo, lo enfrentó con exigencias. Quienes le aconsejaron ser firme en sus reclamos, fueron estúpidos o malintencionados.
Es evidente que Trump quería dar los primeros pasos para llegar a un rápido cese del fuego aunque este fuera efímero. Zelensky no le dio la oportunidad. Trump quería además firmar un acuerdo para explotar las tierras raras en sociedad con Ucrania (50-50) y así cobrarse algo del inmenso costo del apoyo militar prestado. (Putin había declarado previamente que no tenía objeciones a tal arreglo). Pero, por el desdichado comportamiento de Zelensky, y como se desarrollaron los acontecimientos, por ahora ha perdido, la ocasión de que los norteamericanos lleguen para desarrollar esa minería.
No serían soldados, pero a largo plazo quizás fuese mejor. EEUU tendría a sus ciudadanos, equipos y empresas involucrados en suelo ucraniano trabajando codo a codo con ellos.
En cambio, la idea de Trump quedó desmerecida y en la mente de muchos quedó como una miserable extorsión, una mezquina negociación extraída a una víctima.
Es lógico que los ucranianos tengan enorme desconfianza ante las promesas rusas y por ello su gran deseo de pertenecer a la OTAN para quedar “amparados” por el artículo 5 que dice, básicamente, que el ataque a uno de sus miembros es un ataque a todos.
No hace mucho, Macron, el presidente de Francia, declaró que si se llegase a un armisticio o un alto el fuego, podría enviar tropas francesas para ubicarse entre ambas partes. Algo similar ha dicho Starmer, el PM británico. Veremos.
Que participen dos potencias (nucleares) europeas en este espinoso asunto es un logro indirecto para el presidente Trump, quien ha reiterado el anhelo histórico de su país; no meterse en conflictos europeos. Los cuales deben dirimirse localmente.
Todas las naciones prooccidentales ya están aumentando en forma sustancial sus gastos en defensa. En Alemania, la economía más fuerte de la UE, el nuevo gobierno ha dado a entender que al formarse tomará una actitud mucho más proactiva en esta materia.
Lo cual permitirá a Trump enfocar su mirada al oeste, del otro lado del Pacífico. Hacia China, su declarado adversario, para hacer frente a esta puja económica, tecnológica y política en marcha. Su pretensión es desarticular la alianza de China y Rusia, los dos viejos enemigos unidos ahora por conveniencia. Como dijo Claudio Fantini, hacer la brillante jugada protagonizada entre Nixon-Kissinger y Mao-Chu en 1971, pero al revés.
Su aspiración es lograr una expansión hacia al noreste, Groenlandia, la gran isla contigua al continente americano y afianzar su dominio sobre el continente americano. Busca estar entre los presidentes de su país que han expandido sus fronteras y vías navegables que se amplían con el calentamiento global y el deshielo. Siempre presente, el tema militar estratégico.
Dinamarca haría bien en negociar una cesión y venta de los derechos que aún tiene sobre ese territorio antes que se “esfumen” y la mayoría de sus 50.000 habitantes voten a favor de la independencia y se anexen a EEUU, como en el caso de Texas. Podría fácilmente mejorar sus condiciones de vida y conectividad.
Es difícil detener la dinámica, una vez lanzada la pelota. La geopolítica y el tamaño mandan cuando existe liderazgo, por más que los personajes puedan no gustar por su estilo y apetencias.