Trump y la edad

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Si hay algo con lo que hay que tener mucho cuidado es con la “carta generacional”. Creerse que la edad (o la juventud) es un elemento que permite entender las cosas de una forma más clara. Vaya si habremos cometido ese error, hasta que el tiempo nos puso en nuestro lugar.

Pero en el caso de Donald Trump parece haber un tema clave en la generación del observador, que enturbia todo análisis. Y no hablamos sólo de la edad cronológica. Pero, ya entraremos en eso, si nos espera unos párrafos.

A la hora de intentar comprender el fenómeno Trump es imposible no percibir que a la gente, por encima de cierta edad, se le hace mucho más difícil entenderlo. Parece un elemento más relevante incluso que la formación política, la simpatía ideológica, o incluso el coeficiente intelectual. O sea, vemos gente inteligente, formada, y que no es de mirada socialista, que igual se atraganta con Trump.

Hace tiempo que le damos vuelta mental al asunto, y la conclusión es que hay generaciones, tal vez podríamos hacer el corte en los 55 o 60 años, cuyo ideal del político (y las políticas en concreto) está formateado por esa socialdemocracia hegemónica que surgió tras la caída del Muro de Berlín. El famoso “fin de la historia”.

Para esa mirada, cuestionar la diplomacia tradicional, el multilateralismo, el rol del Estado como principal articulador de la sociedad, y hasta una forma algo elitista del diálogo político, es una afrenta. Es gente que tuvo su pico de interés político con figuras como Blair, Clinton, Felipe González. Líderes que más allá de sus éxitos y tropezones, marcaron una era con un estilo y unas formas, que es la total contracara de un tipo que come McDonald’s todos los días, es ostentoso en sus excesos y vicios, y se jacta de su completa falta de “clase”, en el mejor sentido de la palabra. Algo parecido, y con la misma gente, pasa con Milei

Y es comprensible. Para llevarlo al terreno musical, comparar a Trump o Milei con alguno de los líderes mencionados, es como contrastar a Sade con “La Joaqui”.

Pero no es útil.

El rol de un analista, de un periodista, incluso de un político, es ayudar a la gente a entender lo que pasa. Y a esta altura es claro que tanto Trump como Milei reflejan un ánimo de época. Son una reacción a algo, representan un sentir que está en las sociedades.

Por lo visto, esos dorados 90 que en algún momento enamoraron al mundo, no cumplieron su promesa de prosperidad, armonía social, felicidad pública, parafraseando a este señor Briozzo, que siendo el gran impulsor de la ley del aborto, con una frase, confirmó todos los prejuicios de quienes se oponen al mismo. Es verdad que podemos hablar de péndulos, de cambios sociales, de migración o de que China se comió la industria global, y con eso generó una ola de descontento. O, si somos suficientemente necios, podemos culpar al “nazi” Elon Musk.

Pero, la verdad es que este tipo de liderazgo, peleador, medio grasa y barriobajero, conecta más hoy con la gente que todas las enceradas propuestas de líderes educaditos, europeizados, y formateados por los mejores equipos de imagen. Sobre todo en ciertos países.

Acá nos metemos en el segundo tema generacional, porque hay teorías que dicen que los países también tienen edad.

Por ejemplo, Estados Unidos es un país joven. Es joven en el marco mental de su sociedad, razón por la cual un porcentaje absurdo de su población no tiene seguro médico, no quiere saber del Estado, ni de redes de contención social. Se tienen confianza y están deseando correr riesgos, convencidos de que les va a ir bien. Hay un término que casi no tiene traducción, que es lo que los americanos llaman “ingenuity”. Es como una convicción algo ingenua de que les va a ir bien. Y, gracias a eso, les suele ir bien.

Uruguay supo ser así también, pero hoy es un país viejo. Existe una aversión patológica a nivel social al riesgo, hay una obsesión por que el Estado, como un papá gentil, nos cuide de todo mal. Bajo la consigna falluta de amparar a los débiles, lo que nos obsesiona es una red de protección que nos evite darnos contra el suelo. Aunque en el fondo, la mayoría de las veces lo que nos impide es volar.

Tal vez tenga que ver con que nuestra elite mira la realidad global a través de ojos europeos. Mediada por su prensa, analistas e intelectuales. Un continente mentalmente envejecido, y que muestra, a su escala, las mismas patologías que nosotros.

El tiempo dirá cuál será la consecuencia de esta era política tan insólita. Y no es improbable que al final tengan razón (otra vez) los desconfiados. Pero, viendo la potencia con la que Trump o Milei arrasan con regulaciones, consignas incuestionables, y estilos impostados, al tiempo que prometen llegar a Marte o convertir a su país en el más libre del mundo, dan ganas de bajar la guardia. Y contagiarse por un rato de algo de ese optimismo y ese empuje. Algo que, criados en el país del proverbial “eso no se puede”, resulta prácticamente... subversivo.

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