Un faro que se apaga

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Lula es una luz que se desvanece”, me sintetizó un colega tras la Cumbre del G20 en Río de Janeiro; “Es un faro que se apaga y ya no ilumina el camino”, insistió.

-“Un faro o un Foro”, ironicé.

-“También el Foro de San Pablo debe estar inquieto, casi tan preocupado como Itamaraty y los militares brasileños; Lula no ha sido lo que se esperaba: respeto internacional cero, o poco más”. Así lo sentenció mi colega.

Es que la Cumbre no encaró ni tomó decisiones concretas o que significaran algún avance en los temas que importan: la cuestión climática, el impuesto global a los muy ricos, la transición de energía y la reestructuración de la ONU y otros organismos internacionales. De eso casi nada. No hubo declaración contra la invasión Rusa a Ucrania ni sobre la guerra en Medio Oriente, que siempre tienen votos. Se ve que en esto hubo “transa”.

Lula trató de disimular su fracaso personal (y el de Brasil) con una declaración -le llamó “humildemente” mi Legado- a la que nadie podía negarse: formación de una Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza. Alianza a futuro, por ahora; burócratas y vagos internacionales en lo inmediato.

Lula no ha cumplido con “su misión” de gran guía y pacificador universal. Fracasó en Ucrania, -él de hecho propone que Rusia se quede con los territorios que invadió- y en el Medio Oriente opina distinto y esta contra Israel. Lo abuchearon en Europa, conserva unos pocos amigos en América Latina: Petro de Colombia y de a ratos el chileno Boric; Honduras, quizás Bolivia, algo el equilibrista nuevo gobierno de Paraguay; se fue AMLO. habrá que ver qué pasa con un México tan “cerquita” de Trump.

Eso sí, si este domingo 24 el Frente Amplio gana la presidencia, se sumará Uruguay: Lula es el ejemplo a seguir, como ya lo han anticipado Yamandú Orsi y su mentor José Mujica.

Pero lo peor para el alicaído líder brasileño es su “reculada” frente a Venezuela. La cierta “distancia” de Brasil para darle tiempo a Maduro y ver si con el pasar de las semanas se convertía en “cosa juzgada”, no se dio. Lula tuvo que hablar de “autoritarismo”. Y luego hizo algo muy riesgoso: vetó el ingreso de Venezuela a los BRICS (unión de “países emergentes” y más burócratas). Eso enfureció a los venezolanos y tras Maduro y Diosdado Cabello, se formó una larga fila de funcionarios bolivarianos para insultar a Lula y a Brasil; a todo trapo. Lula se asustó, Itamaraty y los militares de Brasil con ojos de asombro y el Foro de San Pablo y su monto de “sellos” adheridos se removieron; y se movieron.

Entonces Lula cambio el tono y la línea: “Quiero que Venezuela viva bien, que cuiden al pueblo con dignidad. Yo cuidaré a Brasil, Maduro cuidará a Venezuela”, dijo. Nada de meterse ni opinar sobre otros países afirmó el mismo Lula, que previo a las elecciones en EE.UU. dijo que si gana Trump vuelve “el fascismo y el nazismo” con “otra cara”, al tiempo que manifestó su deseo de que ganara Harris.

¿Que no se mete? Populismo y demagogia pura. Pero no le sirve ni internamente: va en caída. Desde hace 18 meses en materia de opinión ciudadana los porcentajes a su favor bajan y bajan. Perdería con Bolsonaro y la derecha extrema (40 a 35) si las elecciones fueran ahora.

Hoy por hoy, seguir a Lula no parece lo más aconsejable.

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